Sunday, August 09, 2009

La Farmacia

Pasa que a veces uno se pone nostálgico, nomás porque sí.

Y el otro día que fui a Eugenia, me encontré con que en el local de la esquina había un camión que recogía montones de escombros. Pero montones en serio, no montañitas pedorras. Auténticos boquetes había en el piso y daba la impresión de que el lugar era casi casi fantasmal:

Ese local en la esquina de Eugenia y Anaxágoras ha sido conocido en mi familia, por los siglos de los siglos, como "La Farmacia". Y es que cuando estaba chavito, había como tal una farmacia, de esas semi-antiguas que vendían (por supuesto, si no ¿qué más?) medicinas, pero también tenía un stand gigantesco de chatarras de todo tipo, así como abarrotes básicos, un refri para helados y maquinitas de videojuegos.

La frase "voy a La Farmacia" se volvió tan común en Eugenia como "A comer" o "Llévate tus llaves" o "Mucho cuidado". Mi abuelo me mandaba por sus Benson&Hedges que costaban 11 pesos, y como me daba un billete de a 20 pues le pepenaba para comprarme ya sea un Gansito congelado, un Duvalín o unos Panditas. O comprábamos el Pan Bimbo emergente pa'los sandwiches. O el Carlos V amargo que se le antojaba a mi abuela. O la Coca de 2 litros para la cuba de mi abuelo. O la tira de Sedalmerck para que se le calmara el dolor de cabeza a mi mamá.

"Voy a La Farmacia" implicaba toda una actividad rutinaria por la tardes en Eugenia. A veces Luis, mi hermano y yo nos surtíamos de distintas modalidades de Sabritas para comer como brutos por la noche, después de jugar "Contra", o ya después "Street Fighter II" y "Mario Kart". Pero antes de que el Nintendo robara nuestra atención, en la Farmacia había una maquinita de Street Fighter donde se congregaban unos vagazos a los que era imposible ganarles. Jamás fui su amigo, porque no me dejaban, pero invariablemente ahí se la vivían, tarde tras tarde, formando sus monedas en el borde de la pantalla.

Alrededor de las 5, llegaba a la entrada de mi casa un taxi del que bajaba una viejita muy chochita ya, a la que mi mamá me acostumbró a ayudar a caminar de la casa a la Farmacia, para que se sentara en el borde del escalón para pedir limosna. Nunca entendí por qué se sentaba particularmente ahí o por qué llegaba en taxi, pero nunca me lo cuestioné. La viejita un día dejó de asistir.

Nunca fue un negocio de millonarios, pero la Farmacia le daba para vivir bien a su dueño, un bigotón buena onda con una esposa güera guapetona. Les consumíamos tanto que ya nos tenían nuestra lista para "fiarnos". Mi abuelo liquidaba la cuenta de vez en cuando. 

Fue a principios de este década cuando el negocio comenzó a flaquear. La razón: en dos de las cuatro esquinas de Eugenia y Cuauhtémoc pusieron una Farmacia del Ahorro y un mini súper. Entre los dos le dieron en la madre a la Farmacia, cuyos dueños, en un intento desesperado por sobrevivir, compraron refrigeradores para incluir carnisalchichonería en su repertorio de ventas. Pero no había cómo combatir al monstruo y tarde que temprano sucumbieron.

Un día, "La Farmacia" como tal dejó de existir. Se convirtió en una farmacia dermatológica sin mayor chiste, y la verdad, sin gran clientela. También tronó, y muy rápido. Y hasta poco, antecitos de encontrarla en escombros, era un negocio de Vichy y esas cosas muy finolis para el rostro femenino.

Pregunté a los trabajadores qué era lo que le hacían al local, y me dijeron que la cambiaban el piso. Desconocían si seguiría siendo la tienda de productos mamones, o lo que sea. Les daba lo mismo, por supuesto. Por alguna razón, ver tanto polvo me hizo recordar todas estas escenas de mi niñez que estaban enterradas en mi memoria, y que a punta de palazos salieron a consciencia.

No sé, tal vez porque hay días en los que uno se pone nostálgico, nomás porque sí.


En honor a aquellos lugares que significaron tanto sin saberlo en el momento.

5 comments:

Anonymous said...

ahhh las nostalgias...
gracias por compartir



olivia

Miranda Hooker said...

Se preguntaba Oscar Wilde si alguien, alguna vez, podría calcular la órbita propia.

Porque lo de afuera es dentro que es afuera, la nostalgia es inevitable.

In phidelio said...

La línea del remate es soberbia.

Hace justo un año, un 10 de agosto (y por azares del destino), deambulé por este tipo de lugares a los que te refieres. Vaya golpes sabrosos.

Los espacios cambian incluso. Es un ejercicio para uno.

Plaqueta said...

Miurrrrge plaquetour por la Del Valle para visitar mis "farmacias".

xosean said...

Lo mismo me pasó cuando vi que ya no existía la Reina o que el antiguo lote de autos de C. Beistegui y Cuauhtémoc se convirtió primero en taller me´canico y luego en una Farmacia gigante. Mil veces pasé por esa farmacia, la que tú cuentas, me pegó la pérdida.