Tuesday, April 26, 2011

¿Quieres con ruido o silencio?

Hace varios ayeres, el legendario programa En Familia Con Chabelo contaba con un curioso concurso que fungía como su atracción principal. Era una mecánica de lo más idiota, pero que por alguna razón garantizaba las risas de los participantes, del público en el estudio, de los televidentes en casita y de los cuates de provincia.

“La Escalera Loca” no era más que dos mecates atados a dos paredes con varias tablitas perpendiculares, que conformaban una escalera horizontal totalmente inestable, y a través de la cual los concursantes tenían que llegar de un extremo a otro para apretar un botón y así ganar un premio, que normalmente era un coche deslizador “Avalancha”, muy inútil pero anhelado por todos los hoy treintañeros (o casi).

Como dificultad extra, Chabelo se acercaba al papá en cuestión para preguntarle: “¿quieres subir con ruido o silencio?”. Si decía “silencio”, el papá subía con relativa calma, pero Chabelo lo siscaba gaaaacho en varias ocasiones con el afán de que cayera. Si respondía “ruido”, la orquesta del programa hacía un ruidero monumental que te desconcentraba sí o sí.

El ochentero recuento en los párrafos anteriores viene a colación porque desde hace varios meses, Vadanita y yo tenemos un vecino bien buena onda en el departamento de arriba, en el departamento 7. El caón saluda chingón, es amable, no jode para que movamos el coche y tampoco hace fiestas que nos despierten de madrugada. Digamos que sus fiestas son más petit-comité.

Y sabemos que sus fiestas son de dos (hasta el momento) porque semana con semana, viernes o sábado, comenzamos a escuchar los famosos quejidos femeninos que no denotan dolor, los gritos de dolor que no duelen y los “ya!” que lo último que desean es que el trance se acabe.

Así es, el vecino de arriba es el campeón del humorismo blanco, y dadas las propiedades de la construcción del edificio en la Anzures, Vada y yo solemos escuchar todo el numerito del amor. Creemos que las chicas (y digo chicas porque no, nunca es la misma) quieren jugar a “La Escalera Loca” y piden subir con ruido, y aquel sin piedad las pone a hacer su propio escándalo. Y como decía la Sonora Margarita, “Es-cán-da-lo, ¡es un escándalo!”.

El cuate éste las pone a gritar como puerco de camino a las carnitas. Hay los gritos en varios estilos. Está el de película porno (ése que hace pensar al varoncito que es el semental que la historia estaba esperando), el masoquista (alaridos desenfrenados que incluyen todas las vocales), el grito de autoayuda (“sí, sí, sí!!!) o el que yo llamo “La Sirenita recupera su voz” (“aaAAH, aaaaAAAAHHHHH”).

Las primeras veces creíamos que nos quería robar protagonismo a los del 5, pero con el paso del tiempo ya notamos que es su propia técnica y no tiene que ver con nosotros. Este último fin de semana trajo a su conquista en domingo y tómala, la ajustició también sin piedad y con placer, y ya de plano le dije a Vadanita que se trajera las palomitas. En esta ocasión los gritos estaban a tope y tenemos la hipótesis de que había instrumento de por medio porque se oían unos latigazos cuereros (a huevo era un látigo. La neta, bróder, nadie está tan súper dotado).

Muchas veces lo hemos visto entrar al edificio, muy campante, y el campeón tiene cara de que no rompe un plato. La discreción, me dijo alguna vez un primo, te ayuda a multiplicar los panes. Como en la Biblia, pero con carne.

No es que nosotros seamos almas de la caridad, pero este carnal sí se lleva las palmas. No sé si de plano sea muy chipotles, o si las chavas sean antiguas seguidoras de Chabelo que cada vez que se suben a la Escalera quieran subir con ruido.

No es por nada pero… ojalá ya a alguna le guste el silencio. Y que de repente por ahí las sisquen gacho.

Thursday, April 07, 2011

Quiero ver cómo llegas

El paso del tiempo es cabrón. No cabrón de que espante, al menos a mí no. De hecho, me gusta la sensación de haber recorrido camino y poder voltear patrás y decir, quióbole, la vereda estaba ruidosa y aun así la caminé, con raspones y todo.

Pero sí, el paso del tiempo es cabrón, porque a muchos se nos olvida que sólo pasas una vez por aquí y se nos van quedando pendientitos. Desde, ‘ay, se me olvidó ir por las tortillas’ hasta ‘ay, se me olvidó ser feliz durante 10 años… Dios, ¿sí de favor le podrías apretar el reset?’.

Traigo la reflexión ante ustedes porque hoy mi Tío Luis (alias el Chaparrito) cumple 60 años, y sobre todo en el pasado, cada 7 de abril le hacía burla de que ya estaba betabel. Y él me respondía con una frase que me desarmaba de volada en mi chacoteo: “Pues sí, pero quiero ver cómo llegas tú, chaparrito”.

Tótótómala.

En mi vida han predominado las figuras maternas, pero en el rubro paterno la triada la componen el gran Afif, mi querido tío el Arquitecto, y el Tío Luis. De los dos primeros ya he escrito, y hoy completo un ciclo en ese sentido.

Mi Tío Luis es hermano mayor de mi papá. Ante el divorcio de mis padres, mi tío decidió por voluntad propia adoptarnos a mí y a mi hermano como parte íntegra de su pequeña familia, constituida por su esposa Isabel y mi prima Julia, recién matrimoniada y conocida en el bajo mundo del Twitter como @LaChuleBri.

Mis tíos batallaron un rato para concebir a la Chuletas, y no hubo chance de que les llegara un varón. Sin embargo, por elección decidieron arropar a los bodoquitos Briseño Said, que en ese entonces estaban en su incipiente niñez y adolescencia.

Y cuando digo arropar, lo digo literalmente. Jalaba parejo con nosotros pa’todos lados. Mis primeras visitas a la playa en carácter de desmadre fueron con él, en el lejano 1993. En dicho viaje por carretera a Ixtapa, el huracán Calvin arremetió contra el hotel Pacífica, y en las habitaciones, entre la lluvia y el cotorreo la pasamos a todos mecates.

Toño, Pepe, mi tío Luis y yo jugábamos dominó cada noche. Cabe destacar que yo tenía 11 años, y mi educadísimo reloj biológico me decía a las 9pm que ya era hora de jetearse… aunque la partida apenas comenzaba. Entonces yo batallaba con las mulas, y con las mulas de mis primos que me vacilaban ante mi cabeceo de micro en Periférico. Al otro día, por supuesto, me levantaba 6am y me gané, a mucho orgullo, el legendario apodo de Mr. O’Clock.

El día que arreciaron las lluvias, mi tío salió al balcón quesque en su espíritu aventurero, y mis primos y yo le cerramos el balcón, nomás de maloras. Una vez pasada la broma, mi tío, bañado en su ropa, su cartera y en su orgullo, nos la cobró quitándonos el presupuesto personal para desayuno y comida, y lo teníamos que recuperar… jugando dominó. Así era y así es mi tío. Me dio muchas, pero muchas lecciones de vida por experiencia, haciéndome saber que tus actos tienen consecuencias, para bien o para mal.

Recorrimos la República por carretera. Fuimos a Tequisquiapan, a Ixtapa enemil veces, a Acapulco, a Vallarta, a Cancún y a Monterrey… por carretera. Mi tío me enseñó a manejar. Descalzo y con toda la familia a bordo, a los 13 años. Órele, al ruedo y sin temblar. También me enseñó a compartir, aunque él se excedía un poquito cuando a huevo quería que un helado lo roláramos entre todos a pesar de las babas, nomás paque probáramos la guanábana o alguna extravagancia para mi paladar, educado a la McDonald’s. Si mi tío me cobrara la lana que me pagó en colegiaturas, tendría que vender mi coche, toda mi ropa y empezar a conseguir recursos con cuerpomatic, porque nomás no me alcanzaría. Gracias a él seguí estudiando, así de fácil. Y qué qué, qué qué, también tenía pa’mis chuchulucos.

Pero a pesar de todos las experiencias que he vivido con él, lo más importante que me ha regalado es el sentimiento de ser parte de una familia. De saber que perteneces, que alguien se preocupa por ti y que te considera como suyo. Supongo que esa sabiduría te la dan los años. Hoy tengo 29 y me faltan como 31 años para llegarle a los talones. Cuando tenga 60 haré una evaluación de cómo me va en la vida.

Y como dice él: quiero ver cómo llego.