Monday, August 31, 2009

Los caminos de la vida

No son como yo pensa-aba, no son como imagina-aba, no son como yo crei-íiiiia...



Para el desvarío.

Thursday, August 27, 2009

No mamemos

Hoy platicando con la abuela en la comida llegué a una conclusión:

Somos injustamente exigentes: por cada 10 pruebas que le pedimos a alguien para creerle que nos ama, nos basta con una para hacernos de la idea que nos odia.

Chale, no mamemos.


Para... ps nomás.

Tuesday, August 25, 2009

Blanco vs. negro

Me negaba a ver The Butterfly Effect porque decía "no mames, es Ashton Kutcher". La vi y quedé embobado. Me acuerdo que en la secuencia que comienza con Ashton con las extremidades mochas el cine entero se cagó de la risa y yo les receté tremendo ¡sssshhhttt! porque estaba trabado de la angustia. El final es glorioso, en gran parte por la rola que lo adorna. Desde entonces, lo sigo por donde sea y digo "¡no mames, es Ashton Kutcher!".

El domingo fui a ver The Traveler's Wife. Y, por lo que pude deducir del poster, predije que seguramente a la entrada del cine te iban a dar tus dos litros de miel para derramarla a granel. Pero no. Resultó ser algo así como ciencia ficción melosona, pero no fue una mala película. Digo, no ganará Oscares, ni siquiera Arieles, pero está interesante y además sale Rachel McAdams que no está de malos bigotes.

El caso es que si ponemos The Butterfly Effect vs. The Traverler's Wife toparemos dos premisas exactamente opuestas. Una dice "cualquier decisión que tomes en tu vida tendrá consecuencias y repercusiones al final de la misma", mientras la otra es "no importa qué decisiones tomes en tu vida, tu destino está escrito y no hay manera de cambiarlo".

Dos perspectivas opuestas, dos filosofías de vida distintas. Free will vs. Divine resignation.

¿A qué se han dedicado en sus vidas?

El fin de semana pasado mi familia atestiguó el fin de una era en Eugenia. La mudanza de un personaje tan pequeño como inmenso en nuestras vidas. Una pequeña fisura en el cuarto de servicio, que seguramente sucedió hace años y que seguramente provocó ella misma, desembocó en el desgaste físico del inmueble, en su consecuente semi-derrumbe, y en la posterior decisión de Virgencita de ya no vivir más ahí después de 40 y tantos años (Ju, hace poco posteé de ella, aquí).

Pero ¿qué causó la fisura, o qué fue lo que no hicimos para detenerla? Probablemente si mi abuelo viviera, hubiera seguido dándole mantenimiento a su casa, e inequívocamente Virgencita seguiría ahí, donde siempre ha vivido, donde ha sido (y seguirá siendo) su casa por años. Y para que no muriera mi abuelo, hubiera tenido que cuidarlo más, tal vez, o estado más al pendiente de su tratamiento en el hospital. O no: tal vez su muerte estaba destinada a acontecer el 28 de enero de 2008, hiciéramos lo que hiciéramos.

Pasamos mucho tiempo preocupados por el futuro y acongojados por el pasado. Es totalmente inevitable, es una condición humana. Lo que está mal es que no enfoquemos más carga mental y más energía de vida a disfrutar el presente. Es una lástima. Porque mientras es imposible cambiar lo pasado y predecir lo futuro, tenemos en las manos el desarrollo del presente y no le ponemos atención.

¿Tendría alguno de nosotros los huevos del personaje de Ashton en decir como él: "I'm sure about who I am, I dont need this any more", y acto seguido quemar todas las fotos y recuerdos de nuestra vida sólo como ofrenda para no dañar a alguien? ¿O tendría alguno de nosotros los huevos para actuar de manera totalmente desinteresada, sin contemplaciones hacia el futuro, con tal de actuar plena e instintivamente el presente?

Sepa. La respuesta está en los grises. Disfrutemos empolvándonos.


Para evitar el fariseísmo tan típico en nosotros.

Monday, August 17, 2009

Jarritos

¡Qué buenos son!


Bueno, no pa'manejar...



Para quitarme el gusanito de postear esta foto que tomé el sábado.

No lo vuelvo a hacer

La historia de mi divorcio con el vodka. Seguimos sin hablarnos, jaja.
Para mi hermano HMI, por salvarme la vida y aguantar mi mala copa.

Thursday, August 13, 2009

Post histérico sobre la pasta de dientes

Cuando vivía en Eugenia, habían muchas cosas que cagaban. Bueno, en general hay muchas cosas que me cagan, pero Eugenia era el lugar donde más se congregaban. O sea, venía siendo como el templo de las cosas que me cagaban.

Después de este necesario prólogo, quiero ahondar en una en particular. Mi sacrosante madre, tan linda ella, tan forjadora de nuestras vidas, tan cuidadora de presupuestos, tenía la costumbre de comprar pastas dentales de bajo costo. Vaya, de marca propia, o más culeras, si es posible.

Entonces lavarte los dientes era un pinche suplicio, porque terminabas apestando a cal de cancha llanera. Pero mi madre, según esto, lo hacía por "ahorrar", aunque ni madres, nadie "ahorraba" porque la pinche pasta terminaba sin frescura al segundo día, y terminabas comprando cinco pastas culeras en un mes, mismo periodo que te rendía media pasta buena (aunque fuera sin chispitas), por 300% menos de la inversión.

Ahora bien, debo decir que había un factor que colaboraba con el deterioro de las pastas. Mi sacrosanto hermano, el Subcomandante Marcos, papurris de antrofresa, mamador de primera línea, siempre ha tenido la maldita costumbre de dejar abiertas las malditas pastas de dientes. Entonces, si previamente ya sabía a mierda la pastita, súmenle que se ensarraba (del verbo "sarro") y del orificio terminaba saliendo un hilito minimierda con el que ya era imposible lavarte los dientes.

En los tiempos del Purgatorio, me cansé y me cansé y me cansé de rogarle a mi hermano que cerrara la pasta de dientes (en mi hogar, en el reino donde yo gobernaba, se compraba Colgate. De las básicas, pero Colgate). Nunca lo pude amaestrar.

Ahora que el Purgatorio ya no existe, y que él regresó a Eugenia y yo me fui a la Buga, esporádicamente voy a comer con mi abuela a Eugenia. Como hoy. Ahí tengo mi cepillo de dientes. Y disponíame a lavarme los dientes cuando vi una escena atroz.

Ahora mi hermano no sólo no tapa la pasta de dientes (ahora te manejan en Eugenia lo que viene siendo la Crest Manzanilla), sino que el reverendo huevón tiene el descaro de poner la pasta destapada en el vasito para la pasta... y en el borde (junto a las legendarias tijeras de mi abuelo)... la tapa. Así lo encontré hoy:

O sea, me lleva la recontrachingada, Rodrigo, si me estás leyendo, ¿te cuesta mucho pinche trabajo tapar la pasta? ¡Coño! Te juro por mi madre que invertiste el mismo esfuerzo kilocalórico para poner la tapita en ese bordecito, muy bien acomodadita, que el que hubieras usado para enroscar la tapa en la pasta. ¿Muy difícil? ¿Eh? ¿¿¿Ehhhhhhhhhhhhhhh???

Se los advertí. Este era un post histérico sobre la pasta de dientes. ¿Y qué?

¿Quién me apoya?


Para mi hermano. Lo quiero aunque no tape la pasta (Chehuevón jaja).

Sunday, August 09, 2009

La Farmacia

Pasa que a veces uno se pone nostálgico, nomás porque sí.

Y el otro día que fui a Eugenia, me encontré con que en el local de la esquina había un camión que recogía montones de escombros. Pero montones en serio, no montañitas pedorras. Auténticos boquetes había en el piso y daba la impresión de que el lugar era casi casi fantasmal:

Ese local en la esquina de Eugenia y Anaxágoras ha sido conocido en mi familia, por los siglos de los siglos, como "La Farmacia". Y es que cuando estaba chavito, había como tal una farmacia, de esas semi-antiguas que vendían (por supuesto, si no ¿qué más?) medicinas, pero también tenía un stand gigantesco de chatarras de todo tipo, así como abarrotes básicos, un refri para helados y maquinitas de videojuegos.

La frase "voy a La Farmacia" se volvió tan común en Eugenia como "A comer" o "Llévate tus llaves" o "Mucho cuidado". Mi abuelo me mandaba por sus Benson&Hedges que costaban 11 pesos, y como me daba un billete de a 20 pues le pepenaba para comprarme ya sea un Gansito congelado, un Duvalín o unos Panditas. O comprábamos el Pan Bimbo emergente pa'los sandwiches. O el Carlos V amargo que se le antojaba a mi abuela. O la Coca de 2 litros para la cuba de mi abuelo. O la tira de Sedalmerck para que se le calmara el dolor de cabeza a mi mamá.

"Voy a La Farmacia" implicaba toda una actividad rutinaria por la tardes en Eugenia. A veces Luis, mi hermano y yo nos surtíamos de distintas modalidades de Sabritas para comer como brutos por la noche, después de jugar "Contra", o ya después "Street Fighter II" y "Mario Kart". Pero antes de que el Nintendo robara nuestra atención, en la Farmacia había una maquinita de Street Fighter donde se congregaban unos vagazos a los que era imposible ganarles. Jamás fui su amigo, porque no me dejaban, pero invariablemente ahí se la vivían, tarde tras tarde, formando sus monedas en el borde de la pantalla.

Alrededor de las 5, llegaba a la entrada de mi casa un taxi del que bajaba una viejita muy chochita ya, a la que mi mamá me acostumbró a ayudar a caminar de la casa a la Farmacia, para que se sentara en el borde del escalón para pedir limosna. Nunca entendí por qué se sentaba particularmente ahí o por qué llegaba en taxi, pero nunca me lo cuestioné. La viejita un día dejó de asistir.

Nunca fue un negocio de millonarios, pero la Farmacia le daba para vivir bien a su dueño, un bigotón buena onda con una esposa güera guapetona. Les consumíamos tanto que ya nos tenían nuestra lista para "fiarnos". Mi abuelo liquidaba la cuenta de vez en cuando. 

Fue a principios de este década cuando el negocio comenzó a flaquear. La razón: en dos de las cuatro esquinas de Eugenia y Cuauhtémoc pusieron una Farmacia del Ahorro y un mini súper. Entre los dos le dieron en la madre a la Farmacia, cuyos dueños, en un intento desesperado por sobrevivir, compraron refrigeradores para incluir carnisalchichonería en su repertorio de ventas. Pero no había cómo combatir al monstruo y tarde que temprano sucumbieron.

Un día, "La Farmacia" como tal dejó de existir. Se convirtió en una farmacia dermatológica sin mayor chiste, y la verdad, sin gran clientela. También tronó, y muy rápido. Y hasta poco, antecitos de encontrarla en escombros, era un negocio de Vichy y esas cosas muy finolis para el rostro femenino.

Pregunté a los trabajadores qué era lo que le hacían al local, y me dijeron que la cambiaban el piso. Desconocían si seguiría siendo la tienda de productos mamones, o lo que sea. Les daba lo mismo, por supuesto. Por alguna razón, ver tanto polvo me hizo recordar todas estas escenas de mi niñez que estaban enterradas en mi memoria, y que a punta de palazos salieron a consciencia.

No sé, tal vez porque hay días en los que uno se pone nostálgico, nomás porque sí.


En honor a aquellos lugares que significaron tanto sin saberlo en el momento.