Friday, October 23, 2009

Clasificaciones de mi abuela

Inevitablemente, uno clasifica a la gente que participa en su vida. Clasificamos las verduras, los animales y los hidrocarburos, ¿por qué no habríamos de clasificar a nuestra gente? Y dentro de ese microuniverso clasificatorio, yo tengo una división muy clara: la gente con la que me gusta estar, y la que no. Mi abuela, como ya lo habrán notado, es la emperatriz absoluta del primer grupo, y cada día me da nuevos elementos para atribuirle novedosos títulos nobiliarios.

Esta semana, comiendo con ella y mi hermano, fui testigo de honor de varias discusiones dignas de enmarcarlas en chapa de oro. Una de ellas fue la profundísima disertación acerca de la actuación de John Travolta en la película Subway 123. Mi abuela, distraída como ella sola, no recordaba el final, o eso decía Rodrigo, a quien le creo más... pero no tanto. Mi abuela rebautizó a Denzel Washington como John Washington, y luego John Hamilton. Después fue "el negrito". Al final me perdí entre tanto alarde cinematográfico tanto de mi abuela como de Rodrigo, porque la risa terminó empañando mi parabrisas mental.

Pero el comentario al que quiero hacer alusión vino un día después, cuando mi abuela me narró lo que había acontecido en La Academia (versión LXIII: demasiado viejos para seguir cantando). Cabe aclarar que las narraciones de mi abuela requieren un desciframiento muy cabrón, porque nunca se acuerda de ningún nombre, y a veces ni siquiera de la misma persona. Por ejemplo: "oye, ¿ya viste lo de Argentina?". ¿Qué de Argentina, abuela?. "Lo del gordo, ¿cómo se llama?". Maradona, abuela. "Sí, Maradona, que le dijo no sé qué al otro señor". ¿Qué señor abuela?. "Uno alto". Mmmmm... ¿Bilardo? "Ay, no sé". Entonces ¿para qué carajos me lo cuentas abuela, si ni te acuerdas?. "Es que tú sabes el nombre". ¡Sí sí, pero quieres que adivine de quién me vas a contar algo! "Por eso". Y así.

Entonces se arrancó a decirme que el güero éste de La Academia (Gavito, abuela), le dijo a Lola (Cortés) que los cantantes no sabían expresarse correctamente. Lola, que ahora es la directora, los defendía. Y entonces a Gavito se le ocurrió decir "haiga". Y que se para Lola y le arma un pancho.

De pronto a mí, que a veces se me olvida que mi abuela no entiende el concepto de hipertexto (bueno, a veces no entiende el concepto de foco), se me ocurrió interrumpirla para decirle que Gavito había descubierto a Molotov.

"Ah mira, tú".

Con recelosa duda, mi hermano se metió intempestivamente a la conversación y retador la cuestionó: "A que no sabes qué es Molotov". Y mi abuela, airosa ella, ave de tempestades, diva de lo intrascendente, dominadora del lenguaje, respondió muy altiva y orgullosa:

"Claro que sí. Es un conjunto".

Estruendosas carcajadas soltamos mi hermano y yo al mismo tiempo, y mi abuela con nosotros sin saber por qué. "Conjunto". No banda, no grupo. "Conjunto".

Es que la amé, diría mi prima Julié. ¿Por qué? Pues porque mi abuela, en su Encarta mental, clasificó a Molotov, que es así:


Igual que a esto:

O a esto:

O en una de ésas, hasta igual que esto:

Fin de la conversación, cierren las puertas. Con una palabra, mi abuela le ha declarado la guerra a la nomenclatura MTV, y sin piedad. Qué importan las clasificaciones, los conceptos, las etiquetas. Si todo es tan fácil como decir "conjunto". O tan fácil como iluminarme la vida con una palabra, algo que nadie puede hacer.

O a los 73 años, dejarse despeinarse o pegar o hasta alburear conmigo. O dejarse tomar esta foto para sus fans:

Es que la amé. Otra vez y siempre.


Para mi bisabuela María, madre de la madre de mi madre. Bendita sea ella, que está en el cielo.

Tuesday, October 20, 2009

Una larga línea de baba

Hablar de aviones me hizo recordar tantas estúpidas sensaciones que despierta el hecho de viajar por aire.

No sé por qué, pero es verdad, quien se sube a un avión estando soltero (o a veces sin siquiera estarlo), anhela fervientemente que a su lado se siente una celebridad, con la que afanosamente se pueda poner a platicar y le revele íntimos secretos del mundo de la farándula. Esto, con el propósito de ir a presumirlo en cuanto se baje del avión, o bien, convertirlo en un post años después.

El otro deseo oculto de todo pasajero aéreo es que a su lado se siente una bella damisela dispuesta a entablar una bonita conversación, intensa pero intrascendente, y que al final desemboque en lo que ha sido idealizado como una de las más añoradas pero improbables maneras de ligar.

Esto me vino a la mente porque hace algunos años, cuando todavía reporteaba, me mandaron al partido Culiacán vs. Pachuca. El vuelo era en un sábado, a las 2 de la tarde, pues el partido era a las 7, y mi regreso estaba programado al día siguiente muy temprano por la mañana. Llegué a la sala de abordar con una pequeña maleta en mano, y antes de desparramarme en algún lugar, analicé fríamente si había algún objetivo digno de rodear. Y que sí.

Blonda caballera, ojos pispiretos, menudo figurín, chai latte sin azúcar en mano, se hallaba una princesa sin guaruras ni ranas alrededor. Prego, caldufo por naturaleza, me senté a un par de lugares de ella en la sala de abordar, muy casual y discreto como soy yo, ya saben. Tiroteo de miradas atrabancadas y no hubo barreras de mamonería de por medio, al menos por el momento.

Clave es la línea que uno debe tirar de primera instancia, porque esa marcará la trayectoria del ligue en cuestión. Sin esperar ni pensarla mucho, volteé con mi batido de fresa con harta chantiyí en una mano, y con un grasiento panini de 3 quesos en la otra y le dije muy sutilmente: “Holaaaaaaaghhh” (en realidad sólo dije Hola, pero ps son los efectos especiales).

Habituado a la inexplicable pedantería de las chilangas, la chica en cuestión sonrió de inmediato y se armó la conversación. Resulta que venía de sus vacaciones en Cancún, y estaba haciendo escala en México. Culichi de nacimiento, estudiaba medicina en la capital sinaloense, y ya estaba por acabar la carrera. Yo le tiré el choro éste de que trabajaba para un periódico, vinieron las 5 o 6 preguntas idiotas que todo desinteresado en mi chamba hace de rigor para aparentar que le importa aunque en el fondo le vale madres, y de repente ya estaba el peloteo y ni siquiera habíamos trepado al avión.

¿Qué asiento tienes? Era algo así como 13B, y yo tenía un 12A, por ahí, el caso es que era sólo una fila de distancia. Perfecto, pensé. No se verá tan aborazado que me cambie una fila para estar junto a ella. Caminamos muy románticamente el túnel rumbo al avión, y estaba a punto de sentirme George Clooney de no haber sido por la perejila que muy poco sutil me pidió: ¿Sí podría tirar su sangüis defavor? “Ehh, jeje, por supuesto”, respondí, sin perder el estilo ni el hilito de manchego que escurría bajo la servilleta.

Ya en el avión no había mucha gente, así que no hubo mayor problema para sentarme en el pasillo de la fila en la que ella iba en ventana. Ahora, lo que procedía, era justificar mi atragante y pedirle el teléfono en algún momento. Definitivamente ése era el momento cumbre, pues ahí sabría si todo el numerito de la sala de abordar y el cambio de asiento iba a servir de algo. Ella no era precisamente la más platicadora, pero sabía que yo iba por sólo una noche a Culiacán, y hasta el momento no había vestigios de esposo, novio o chimpancé en ninguna de sus anécdotas. Yo me seguí de frente, y le propuse ir a cenar después del partido. Mágicamente, ella accedió, me dio su teléfono, le di el mío, y pactamos el generalísimo “nos hablamos”. A huevo que le iba a hablar. Nunca he sido el tipo más hábil para ligar, pero finalmente el destino me estaba premiando con un encuentro casual, ligero, fluido y sin complicaciones.

Aterrizamos en Culiacán, y nos separamos cuando yo me dirigí a la fila de los taxis. De repente, alguien me tocó el hombro y era ella para decirme que ahí estaba su mamá, y que si quería un aventón. Pues encantado de la vida, faltaba más conocer a la suegra.

Mis días como reportero y como ser humano en esta Tierra sufrieron un brutal cambio de expectativa cuando caminaba rumbo a la salida y vi que ahí estaba la suegra, pero la suegra de un cabrón como 10 centímetros más alto que yo, 20 kilos más pesado que yo, con un bigote 30 veces más tupido que el mío, y con una jeta 100 más larga que la línea de baba que escurría desde el interior del Aeropuerto.

“Te presento a mi mamá, y te presento a mi novio”, dijo cándida, la hija de la chingada. “Él es Miguel, viene al partido de Dorados, trabaja para un periódico y ¡va a hacer las entrevistas! ¿No está padrísimo?”.

Yo no sabía si ella era cabrona o muy, pero muy pendeja. Y no sabía si salir corriendo, tomar el avión de regreso a México, o comprar una costilla, quitarle la carne, y comerme el puro hueso pa’que se me atorara en el cogote por pinche hocicón. Ya en la escena, no me quedó otra más que aguantar vara y callarme hasta llegar al hotel, en espera de que el cabrón éste no fuera un matón o un narco, en el mejor de los casos.

Me dirigí hacia la puerta trasera de su Sentra, pero ella, que era la imprudencia hecha persona, me propuso muy campante “No no no, vete tú adelante, estás muy grandote, acá no cabes”. Ejejeje… gulp.

De estar en un avión ligando, me encontraba en un Sentra, con un cabrón encabronado manejando, con una guacamaya aventándome a las vías del tren, y yo rezando por mi vida. Y todo porque minuto que pasaba, minuto que la pendeja ésta hacía el ambiente un poquito más incómodo.

“Ay amor, Miguel estudió en la Ibero, ¿cómo ves?”. No, pos muy bien. “Ay Miguel, mi novio estudió en el Tec, jugaba linebacker de los Borregos, ¿cómo ves?”. No, ps bien, bárbaro (llanto eterno en mi alma). “Ay amor, Miguel escribe en un periódico, ¿tú siempre has querido escribir en uno ¿no?”. Ajá. “Ay Miguel, acá casi no hay trabajo de eso, ¿tú crees?”.

Por fin, después de un trayecto que seguramente fue de 20 minutos pero que a mí me pareció de 4 horas, llegué al hotel. Me bajé ipsofacto, le di las gracias al linebacker y a su suegra, y ella también descendió del coche, para darme, toda efusiva, un abrazo de despedida. Sí sí, linda muy linda, huida a derecha de escena.

Acostado en la cama del hotel, comencé a reflexionar dónde me había equivocado, o qué señal había pescado mal. Y llegué a la conclusión de que esta vieja no era cabrona, sino muy pendeja, y que todo había sido un malentendido, o en dado caso, mis capacidades histriónicas de ligue no fueron lo suficientemente contundentes.

Me fui al partido, mandé mis notas, y en el taxi de regreso al hotel, recibí una llamada de un número local en Culiacán. Era esta chica, muy fresca ella, hablándome para ver a dónde íbamos a cenar y a qué hora nos veíamos.

Habiéndome identificado el novio, sabiendo dónde me quedaba, para quién trabajaba y a qué hora me regresaba, no me tardé mucho en decirle “no, gracias, estoy muy cansado, mejor otro día que venga” (que en mi pueblo significa “pinche vieja, ¿estás idiota o estás orate?, tienes novio y me conoce, y además vives en Culiacán, donde según dicen, sólo matan por drogas o por mujeres).

Así, llegué a la conclusión de que encuentros amorosos en un avión sólo suceden si hay tres factores: si estás en una película, si eres George Clooney, y si el guión está escrito por... George Clooney.

De otra forma, se queda en fantasía.


Para la chica, cuyo nombre por cierto ya no recuerdo.

Friday, October 16, 2009

La mordida

No sé si alguno de ustedes sea una de las 127 millones de personas que ya vieron este video:



Todo aquel que tenga un hermano (sanguíneo o no) podrá entender lo que acaba de ver. Entre los hermanos hay una relación de complicidad muy extraña, en la que a veces uno cede y el otro se pasa de tueste, y aunque siempre hay un "guey, te la mamaste", también hay un "ya guey, no es para tanto". Y sus derivados.

En el fondo, la historias de comprensión y perdón entre hermanos son las que deben sobreponerse en la vida, porque los papás se fueron antes, los hijos vienen después y las parejas se van cuando quieren. En el fondo, los hermanos están hechas para estar ahí toda la vida, aunque te muerdan el dedo y se caguen de la risa.


Para el mío.

Sunday, October 11, 2009

Burro lechero

Érase una vez… cuando ir al súper a escoger leche era sencillo.

Llevo 3 años yendo al súper para escoger minuciosamente los víveres que habrá de consumir en un lapso aproximado de dos semanas. Pero el jueves que fui a Superama, me di cuenta que llevarse 5 litros de leche era mucho más complicado que antes.

Mucho.

Siempre había tomado la leche Alpura azul, la normal, la clásica, la leche común y corriente, vaya. Pero a raíz de mis días en el Purgatorio, mi hermano sugirió otra “más chingona”: la deslac… la entera descrem… bueno, la que tenía la franjita verde agua con blanco y rosa. ¿Por qué era más chingona? Pues simplemente porque mi hermano decía que era más chingona. Y sí, pues esa tomábamos y se me quedó la costumbre, sin mayores contratiempos, era ligerona, más que la azul, cierto, pero sin grandes diferencias.

Bueno, pues en mi primer ida al súper después de vacaciones, encontré que a Alpura se le ocurrió rediseñar sus empaques, y entonces desapareció la de franjita verde agua con blanco y rosa. Así de huevos, así nomás, bien frescos, como la leche de vaca. Y entonces me encontré perdido en el mundo de la leche. En el que veía esto:

Pero mi mente lo traducía como esto:

Y yo me sentía esto:

(Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia)

¿A quién chingados genio de los negocios se le ocurrió que era buena idea dividir la leche en segmentos? O sea, ¿no basta leche para niños y leche para adultos?

No. Ahora, Alpura cuenta con:

Alpura clásica, Alpura deslactosada, Alpura deslactosada light, Alpura Light, Alpura light extra, Alpura entera, Alpura semi, Alpura selecta, Alpura 40 y tantos y Alpura sin colesterol.

Juro por lo que más quiero que no estoy exagerando. Hay 10 tipos de leche. ¡10! No mamen. ¿Para qué chingados 10? Y nomás de Alpura, claro. O sea, qué coña diferencia hay entre la Light y la deslactosada Light. O entre Light extra y la semi, o entre la selecta y la clásica.

Afortunadamente para… bueno, para nadie, pero el caso es que estaba ahí una señorita de Alpura, a la que le pregunté dónde había quedado la de la franjita verde agua con blanco y rosa.

Señorita: Ahhh… la Light extra

ChII: Sí, bueno, como se llame. ¿De qué les sirve tener tantos tipos de leche? ¿Como para qué? O sea, ¿qué diferencia hay entre la 40 y tantos y sin colesterol?

Señorita: Ah pues la 40 y tantos es para gente de 40 o más años, y la de sin colesterol no tiene prácticamente colesterol.

Para ponerlo en términos musicales, vino el encore:

ChII: Gracias señorita.

Señorita altamente eficaz y brillante: Sí joven.

Moraleja: Cuando vayan al súper, una de dos: o compran la leche azul, la clásica, lo que viene siendo la leche de vaca tradicional, o acuden a una capacitación de alto rendimiento con la ama de casa más cercana a su hogar para que los instruya sobre qué leche comprar y no ser avergonzados por elementos estúpidamente eficaces y brillantes que Alpura manda a los súpers para… pendejear a sus consumidores.


Para quienes viven semana con semana la encrucijada de ir al súper.

Wednesday, October 07, 2009

No intensearás a tu prójimo

Desconozco en qué momento el concepto "intenso" (o "intensa") se convirtió en una palabra de uso común en el florido lenguaje del mexica. Junto con su madre, la palabra "intensidad", "intens@" (acudamos al hermafroditismo de la arroba para no herir sensibilidades), se transformó en un perfecto descriptivo para todos aquellos que llegan a hartar por su fastidiosa insistencia en cierto objetivo.

Dejemos aquí un momento para que cada quien reflexione sobre sus intensidades de los últimos días...

Ok, otro más...

...

... ya.

Todos tenemos nuestro lado intenso. Unos más desarrollado que otros, pero todos en menor o mayor medida hemos caído alguna vez en el estigma del intens@. Y no estoy hablando de esa bonita ascepción de cuando uno le grita a una dama exuberante, babeando hasta las rodillas, inclinando la cabeza, poniendo el ojo lujurioso... intensaaaaaaaaaggggghhhh!!!

No. Estoy hablando de que todos, en cierta ocasionado hemos intenseado. Remitámonos todos a nuestras respectivas niñeces: ¿Ya llegamos a Monte Splash? No. ¿Ya llegamos a Monte Splash? No. ¿Ya llegamos a Monte Splash? NOOOO!!! O la de: Mamá, ¿me compras el Fabuloso Fred? En Navidad hijo. ¿Pero sí me lo vas a comprar? Éste... ya veremos hijo. ¡No mamáaaa! ¿Me lo vas a comprar o no mamáaaa? Depende de cómo te portes (un inefectivísimo método anti-intensidad). Bueno, si me porto bien ¿me lo compras? Sí. ¿Lo prometes? Sí. ¿En serio? Que síiiiiiaaaagghhhh!!!!!

Intens@s S.A. de C.V.

Ahora, traslademos ese cultivo de intensidad a las relaciones interpersonales. ¿A quién le gusta intensear? (Mil voces gritando ¡a míiiii!) Ok, ¿A quién le gusta que le intenseen? (Grillo mayor toma la batuta y comienza el jurrrrrr jurrrrr). ¿Qué pedo con ese fenómeno? ¿Por qué chingaos si ya sabemos lo que es padecer una intensidad, no caemos en la cuenta de que no debemos intensear al prójimo?

El meollo del embrollo está en que el estado de intensidad va acompañado de una inconsciencia muy peligrosa, que provoca que uno crea que cada una de las acciones que se realizan tienen una razón lógica de ser, cuando en verdad no la tienen, o bien, sólo la tienen para el que las ejecuta, quien por cierto, en su estúpida esfera de necedad, considera que está en lo correcto y se extraña de que sus tácticas no den resultado para obtener el banano.

A continuación, algunas situaciones en las que uno intensea...

- Vas a un restaurante y eres el primero en pedir: Yo le pido por favor la pizza italiana, pero... ¿tiene champiñones? Sí señor. Bueno, sin champiñones por favor. Piden todos los demás, y al final, tomas la palabra: Joven, por favor le recuerdo que mi pizza italiana sin champiñones por favor. Sí señor. Pero... es MUY importante, SIN... El mesero ya ni te voltea a ver y probablemente se encabrona tanto que le escupe a tu pizza entre la marinara y el queso. Eso te pasa por intens@. (Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia carnal, fue el ejemplo que se me ocurrió jaja).

- Está por supuesto la intensidad como método (inefectivísimo) de conquista: mails innecesarios con contenido ahuevísimo (Hola! Sólo para desearte que tengas una bonita mañana!!), mensajitos inoportunos (1:27 AM -- ¿Estás pensando en mí?), llamadas impertinentes (¿me mandas un besoooo?), sobreofrecimiento de bondades (¿te cargo tu bolsa?) y tantos otros signos de intensidad. Eres intens@ cuando haces algo que sale sobrando, así de fácil.

- El borracho intenso, mejor conocido como malacopa: No guey, sserio, yo t'invito, hip, yo, mira... (abre la cartera y sólo hay un billete de 20, cinco hormigas, una TDU, un voucher de Spira, y la foto de su perro). Guey, no hay tos, guárdala, yo pago... ¡Noooaaahh! Yo dije que pago, y pago cuando digo que pago, ademásss hip, yo conoshco al dueño de este pinch lugar, y pago, a ver, traigan al gerente, yo te invito Paco, digo, pago (el mesero lo empieza a ignorar) ¡Te estoy diciendo que pagooooooo!

Y así. Consejo para las masas: no intenseen. Sé que a veces es inconsciente, pero traten de evitarlo, neto, no deja nada bueno. Mientras menos inteseen, más conseguirán.

Los expertos lo recomiendan, jaja.


Para quienes han salido del clóset de su intensidad. Eso es orgullo y no mamadas.

Tuesday, October 06, 2009

Lecciones niuyorquinas

Día 2 del Año Nuevo. No puedo estar mejor.

Creo que cada vez digo lo mismo y en esta ocasión no será la excepción: creo que este año ha sido cuando más he necesitado vacaciones (próxima edición de esa frase: en el 2010). El cierre laboral fue frenéticamente confuso, enmarañado y oscón. De un feeling bastante desagradable. Y casi siempre un estado se espejea en los demás rubros personales, así que aquello era un auténtico caos. Desee como nada el viaje a NY. Planeado con hartos meses de anticipación, todo salió conforme a lo planeado. Ahora, cuando digo esto, me refiero a las cosas que no deben complicarse, aunque hay quien dice que los contratiempos le ponen “pimienta” a la vida (por cierto, pobre pimienta, viviendo siempre con el estigma, jaja). Yo creo que no, que hay cosas como los vuelos y el hospedaje que deben salir como deben salir y ya. Y una vez sentadas las firmes bases de una sólida vacación, ya uno puede sazonar (con o sin pimienta) los días en los que uno se da licencias para todo.

Ejemplo claro de esto es el desde hoy legendario Decreto Tepozotlán. Mi carnal HMI y su servidor decidimos, el viernes 18, cruzando la primera caseta rumbo a San Miguel de Allende para un bodorrio previo a viaje a EU, que durante las dos semanas de la vacación se consumiría (al menos) un brebaje de aproximadamente 330 mililitros que contuviera sustancias intoxicantes. Oséase, había que chupar mínimo una chela, y el límite era, no sé, por decir algo, tomar tanto como para bailar en calzones junto al Vaquero Encuerado de Times Square, qué se yo (no no, no mamen, no sucedió, no estamos tan orates).

Por supuesto, cubrimos todo el espectro. Desde el día que tomamos una chela, pasando por las 3 o 4 chelas, el “ya perdí la cuenta de las chelas, contemos los cascos”, el “en qué momento nos sirvieron chelas si estábamos con el tequila”, hasta llegar a “¿en qué chingada estación vamos”.

La peor jarra se la atribuimos a Bob, un ex boxeador que hoy atiende un bar en SoHo, y que así de bolas nos servía shots de tequila y whisky mientras nosotros socializábamos con media barra. He aquí la foto de reconocimiento con Bob, unos días después de que nos pusiera un cuete de aquellos.

Las noches en NuevaYork y Washington tuvieron alta dosis de camadería y complicidad. Espacio especial de agradecimiento aquí a Anaiid, que gentilmente nos orientó sobre cómo sobrevivir en la Manzana y no morir en el intento. A continuación, foto en la que aparezco con cigarro en el hocico, signo inequívoco de que estoy bien pedo, o muy a gusto, o las dos, en su defecto (en este caso: opción c).


Claro claro, no todo fue alcohol. La vacación 2009 se construyó alrededor de varios eventos de gran magnitud y alto interés para nuestras mentes cromagnonas. En primera, fuimos al Yankee Stadium a presenciar uno de los 3 últimos juegos de la campaña regular entre NY y Boston. Sobra decir que yo le voy al Yankee y mi compadre al calcetín rojo. Nos tocó ir al del sábado, un verdadero juegazo que acabó 3-0 favor el Yankee, y que dejó a HMI resignado a ahogar sus penas en cervezas de 9 USD (¡¡¡¡9!!!!), aunque al final no le quisieran vender otra porque traía una en la mano (pinches gringos puritanos, jaja).


Al día siguiente, fuimos a ver a los Jets contra Titanes de Tennessee. Y contraria a la afición del beisbol, que es bastante civilizada y no por eso guanga o poco apasionada, los fans de los Jets de la NFL son unos auténticos trogloditas que entran al estadio después de tres horas de tragar y beber en el estacionamiento (y miren quién lo dice para su sorpresa). Desde luego, lo que gritan y hacen adentro no son precisamente Padres Nuestros ni obras de caridad. Muy manchado el asunto, y todo bajo una lluvia pertinaz (50 varos a quien me diga otra sustantivo distinto a lluvia que pueda ser acompañado por la palabra pertinaz). Con todo y todo, estuvo chingón porque gritan con todo, se emocionan cabrón, y eso se contagia.


Al día siguiente nos trasladamos a Washington, donde nos recibió amablemente mi primo Pepe (alias Pepón, alias Joselito), quien a pesar de sus ajetreada vida nos condujo a lugares interesantes de esta bonita ciudá (extrañamente no hay foto con él, no puede ser). Pero el meollo del traslado a WDC era el concierto de U2. Carajo, qué pinche concierto. Difícilmente habrá alguien que iguale el escenario que han creado estos cabrones para su gira. Y no sólo eso, sino que montaron con gran detalle los ambientes para cada canción, por lo que cada una se convierte en una experiencia singular. Singular y excitante. Vendrán a México, y con la vibra del tenochca, la experiencia colectiva será aún mejor. De bonus, Muse le abrió a U2, ainomás 10 rolitas de ellos pa’calentar, también grandiosos.

(Euforia simulada antes de la euforia verdadera).

Estaría cabrón plasmar aquí todo y cada uno de los detalles de este viaje. Sólo tengo que decir que no hay mejor viaje que el que por sí solo te hace renovar el espíritu, las convicciones y los objetivos. Quince días para resetear el alma y ahora tupirle duro al día a día, mismo que te permitirá ahorrar para el próximo año, llegar nuevamente mayugado a una nueva vacación y así repetir el ciclo.
Así las cosas, ora sí: ya vine (y se aguantan, jaja).


Para HMI, que vengan muchas más.