El gym es uno de los lugares por tradición que uno tiene para ligar. O bueno, corrección: que uno cree que tiene para ligar.
¿Por qué? Porque ya no es lo mismo (¿Alguna vez lo fue?). Porque ahora hay tantos obstáculos para el enganche, el ligue, el cachondeo, el tuya-mía, el cruce de miradas, el roce sin querer-queriendo... que uno se desilusiona.
Nunca fui fan de esa actividad tan peculiar, tan ritualesca que es "ir al gym". En secundaria, cuando a todos les urgía inflar el músculo para parecer (y no necesariamente ser) mamadito (nadie repara en lo ridículo y enano que se ve un adolescente mamadito), yo estaba feliz porque ya no era gordo. De hecho, me convertí en flaco, muy flaco. Flaco tipo cuelliflaqui, larguirucho, elemento ideal pa'l basquetbol.
Por ahí intenté ir al gym del Libanés. Y en ese entonces, antes de las campañas de Vive Mejor y esas cosas que pretenden que la gente incorpore el deporte a su vida, sólo había dos categorías de individuos en el gym: 1) los que estaban recontramamadisisisísimos, y 2) los renacuajos como yo que queríamos ponernos como ellos. No había clase media.
Por supuesto, los de categoría 2, como yo, teníamos que entrar al gym caminando como si fuéramos de categoría 1, muy acá, muy pechofrío, e intentando usar los aparatos que el instinto nos indicara. Se nos notaba a leguas que éramos categoría 2. Obviamente, estaba el chunche del bicepppp (básico para 'crecer' luego luego), el del pecho (para llenar la playera guanga de la pelea de Chávez en turno), el de la espalda (ése que jalabas por Detroit, sin albur), y las abdominales (que por supuesto, por supuestoooo, siempre te hacías pato). Nunca pasé más de 3 semanas yendo de manera constante, y desde luego, jamás pude estar mamey.
Con esos contundentes elementos: esos biceps de Conejo Bugs, ese pecho de Pantera Rosa, esa espalda de Paul Pfeifer, ese abdomen de reata con nudo... yo intentaba ligar en el gym. Y entonces trataba de establecer contacto con los bomboncitos que iban ahí, poniendo quesque cara de malote y jalando quesque muy duro, y jamás pesqué ni un charal. Eso sí, la esperanza ahí estuvo, ésa nunca murió.
Diez años después, por este gustito mío de correr chido me pusieron a hacer pesas contra mi voluntad. Y en el Sport City hay siete veces más material del que había en el Libanés noventero. Pero ahora, ahora que me defiendo y que hay disposición, ¡oh sopresa mía! hay tantos y tantos obstáculos, que es imposible ligar como Dios manda.
Número uno: los pinches instructores. O sea, me lleva la chingada con esos gorilas estilo Roxana Banana, que instruyen, valga la redundancia, a las nenas de nenas sobre cómo usar el iso lateral cerrado o bench press ultra non deck rocky rock. Carajo, le jalas y yaaaa, no es tan difícil, ¿para qué recurrir a un pinche mono y gastar trillones de dólares en ellosss? Claro está, casi nunca hay espacio-tiempo disponible para atacar, vaya, ni siquiera para rondar el área porque normalmente el instructor aplica la "ayuda". Así de "ay a ver, te toco el bracito cautelosamente para ayudarte a levantar la pesa". Dejalaaaa cabróoonnn.
Número dos: el pinche iPod. ¿Quién le manda a Steve Jobs a inventar un aparato tan, pero tan práctico como el iPod, y con él las todavía más prácticas banditas para portarlo sin que estorbe en el brazo? Con una chingada... Y es que el iPod anula toda posibilidad de conversación, porque no vas a llegar acá todo pepino a interrumpir una serie con tu pendeja línea de entrada, para que la chiquitirri se detenga, se quite el frijolito del audífono y después te lance un sensualísimo: "¿eh?" (Cara de compungida, o seria, si bien te va). Ahí ya se perdió el ritmo, el flujo, toda la intención. La magia del momento, vaya.
Número tres: los pinches aparatos ultramodernos. Porque cada vez hay menos mancuerna, menos barra, menos disco, y cada vez hay más polea, más plataformas ultradiseñadas para tu comfor, más pícale un botoncito y ya te pones todo mamado. Carajo, dónde quedó el 'te ayudo con esa pesa, no te vayas a lastimar', el '¿te ayudo con tus repeticiones?' o el simple '¿necesitas ayuda?'. ¿Dónde? ¿Dóndeeee?
En fin. El tiempo nos ha robado la esperanza. Como dice Arjona (la canción a la que haré referencia es motivo de otro post), "ya no nos queda nada". O bueno, sí: 1) atacar con todo y todo, rompiendo los esquemas, provocando silencios incómodos, escenas forzadísimas y quedando en ridículo inevitable, o 2) convertirme en instructor de gimnasio.
No ps no. Seguiremos lidiando con la 1.
Para la reina que inspiró este post, y que está megamegamegabuennnna, así con mirada de ni te me acerques de lo buena que estoy. Quién quita se descuida y cae algún día...
¿Por qué? Porque ya no es lo mismo (¿Alguna vez lo fue?). Porque ahora hay tantos obstáculos para el enganche, el ligue, el cachondeo, el tuya-mía, el cruce de miradas, el roce sin querer-queriendo... que uno se desilusiona.
Nunca fui fan de esa actividad tan peculiar, tan ritualesca que es "ir al gym". En secundaria, cuando a todos les urgía inflar el músculo para parecer (y no necesariamente ser) mamadito (nadie repara en lo ridículo y enano que se ve un adolescente mamadito), yo estaba feliz porque ya no era gordo. De hecho, me convertí en flaco, muy flaco. Flaco tipo cuelliflaqui, larguirucho, elemento ideal pa'l basquetbol.
Por ahí intenté ir al gym del Libanés. Y en ese entonces, antes de las campañas de Vive Mejor y esas cosas que pretenden que la gente incorpore el deporte a su vida, sólo había dos categorías de individuos en el gym: 1) los que estaban recontramamadisisisísimos, y 2) los renacuajos como yo que queríamos ponernos como ellos. No había clase media.
Por supuesto, los de categoría 2, como yo, teníamos que entrar al gym caminando como si fuéramos de categoría 1, muy acá, muy pechofrío, e intentando usar los aparatos que el instinto nos indicara. Se nos notaba a leguas que éramos categoría 2. Obviamente, estaba el chunche del bicepppp (básico para 'crecer' luego luego), el del pecho (para llenar la playera guanga de la pelea de Chávez en turno), el de la espalda (ése que jalabas por Detroit, sin albur), y las abdominales (que por supuesto, por supuestoooo, siempre te hacías pato). Nunca pasé más de 3 semanas yendo de manera constante, y desde luego, jamás pude estar mamey.
Con esos contundentes elementos: esos biceps de Conejo Bugs, ese pecho de Pantera Rosa, esa espalda de Paul Pfeifer, ese abdomen de reata con nudo... yo intentaba ligar en el gym. Y entonces trataba de establecer contacto con los bomboncitos que iban ahí, poniendo quesque cara de malote y jalando quesque muy duro, y jamás pesqué ni un charal. Eso sí, la esperanza ahí estuvo, ésa nunca murió.
Diez años después, por este gustito mío de correr chido me pusieron a hacer pesas contra mi voluntad. Y en el Sport City hay siete veces más material del que había en el Libanés noventero. Pero ahora, ahora que me defiendo y que hay disposición, ¡oh sopresa mía! hay tantos y tantos obstáculos, que es imposible ligar como Dios manda.
Número uno: los pinches instructores. O sea, me lleva la chingada con esos gorilas estilo Roxana Banana, que instruyen, valga la redundancia, a las nenas de nenas sobre cómo usar el iso lateral cerrado o bench press ultra non deck rocky rock. Carajo, le jalas y yaaaa, no es tan difícil, ¿para qué recurrir a un pinche mono y gastar trillones de dólares en ellosss? Claro está, casi nunca hay espacio-tiempo disponible para atacar, vaya, ni siquiera para rondar el área porque normalmente el instructor aplica la "ayuda". Así de "ay a ver, te toco el bracito cautelosamente para ayudarte a levantar la pesa". Dejalaaaa cabróoonnn.
Número dos: el pinche iPod. ¿Quién le manda a Steve Jobs a inventar un aparato tan, pero tan práctico como el iPod, y con él las todavía más prácticas banditas para portarlo sin que estorbe en el brazo? Con una chingada... Y es que el iPod anula toda posibilidad de conversación, porque no vas a llegar acá todo pepino a interrumpir una serie con tu pendeja línea de entrada, para que la chiquitirri se detenga, se quite el frijolito del audífono y después te lance un sensualísimo: "¿eh?" (Cara de compungida, o seria, si bien te va). Ahí ya se perdió el ritmo, el flujo, toda la intención. La magia del momento, vaya.
Número tres: los pinches aparatos ultramodernos. Porque cada vez hay menos mancuerna, menos barra, menos disco, y cada vez hay más polea, más plataformas ultradiseñadas para tu comfor, más pícale un botoncito y ya te pones todo mamado. Carajo, dónde quedó el 'te ayudo con esa pesa, no te vayas a lastimar', el '¿te ayudo con tus repeticiones?' o el simple '¿necesitas ayuda?'. ¿Dónde? ¿Dóndeeee?
En fin. El tiempo nos ha robado la esperanza. Como dice Arjona (la canción a la que haré referencia es motivo de otro post), "ya no nos queda nada". O bueno, sí: 1) atacar con todo y todo, rompiendo los esquemas, provocando silencios incómodos, escenas forzadísimas y quedando en ridículo inevitable, o 2) convertirme en instructor de gimnasio.
No ps no. Seguiremos lidiando con la 1.
Para la reina que inspiró este post, y que está megamegamegabuennnna, así con mirada de ni te me acerques de lo buena que estoy. Quién quita se descuida y cae algún día...
10 comments:
Ligar en el gym es como de los noventa (ni siquiera es retro). Además hay puro mamado así guácalassss, de esos que se ven la panza en el espejo, ¿qué les pasa?
jajajajajajaj...me rei a placer...yo era un chico que queria los brazos de Rocky Balboa y lo unico que consegui fueron los de Balboa, si, pero Marcelo Balboa...jajajajajajajaj
HMI
Las viejas de gimnasio estarán muy buenas, pero dan hueva.
Así la neta la neta todos en el gimnasio me daban hueva al máximo, además de asquillo por tanto sudor y porque se ven las nalgas y se sienten súperbuenos y guácala.
Eso de ligar ahí no aplica.
No no aplica estar sudado, con la cara roja y que alguien se te acerque a ligar o peor aún que el instructor no te deje en paz queriendote "ayudar": Ayúuudate tú, baja esa panza y haz algo por esos brazos de luchador!!! jaja. Es mejor ir a lo que vas, saludos al modelo argentino que corre delante de mi mmm
Lo mejor es ir y dedicarte a lo tuyo... si algo es para ti va a caer... jajajajajajajaja
es real los weyes mamados dan hueva, aparte menos del 1% de la población tiene el cuerpo perfecto, así que no me agüito, no tengo un cuerpazo, pero no me diría que no.
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Me sacaste una verdadera carcajada con el sensualisimo ¿eh?
1.- A los entrenadores personales se les paga exactamene para eso para que aparte de entrenarte carguen y descarguen los aparatos por ti, te ayuden, etc. Y si estorban como pocas cosas, pero hacerce amigo de todos los entrenadores es una estrategia más que brillante puedes acercarte y saludar ocacionalemnte y hacer notar por ella.
2.- El i-pod no es obtaculo... Cruza una mirada y si ella sonrrie es buena señal intentalo por sengunda si vuelves a recibir una sonrrisa te esta dando entrada para acercarte.
3.- Eso de "necesitas ayuda" es la peor técnica del universo. A nadie, pero a nadie le gusta que lo molesten a medio entrenamiento con mamadas como: "lo estas haciendo mal" "quieres que te ayude" "No te vayas a lastimar".
La mejor técnica es asegurarte que al estar haciendo cardio te vea y aplicar la mirada un par o hasta tres veces, si ella sonríe esta dando permiso para acercarte. Espera que termine su sesión de entrenamiento si no se sentira vulnerable.
Al hacer cardio liberas endorfinas las cuales le provocan una leve exitación si te aseguras de que te mire y sonria su cerebro asociara esa exitación contigo. Así que cuando termine su sesión de cardio y este tomado su bebida de recuperación es el mejor momento para acercarte y hacer tu movida.
Por ejemplo algo que no falla para iniciar una conversasión es tratar de cambiar un billte para comprar un agua, es algo tribial y no se sentira amenzada. Después puedes continuar la conversación todo depende de tu habilidad.
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