Las reglas de la vida dicen que ningún padre debe enterrar a su hijo. Aplicando la misma lógica, y aunque no la veo como una premisa terminante… ¿no les parece raro que un hijo salga a casar a su mamá?
Pregunto esto porque resulta que mi madre, Mamá Chanfle, amiga de todos los niños, madrina de medio México (cuatro niños más que Lucerito) y ajonjolí de todos los moles, contraerá nupcias la próxima semana con un individuo que responde al apodo de Mr. Vanilla Sky (rebautizado así por HMI). Después de años y años y años y lágrimas y depresiones y años y sustos y falsas alarmas y años y terapeadas de hijo a madre y años y años y tantos y tantos momentos de ansia colectiva, la señora Said ha encontrado el amor.
Sé que suena triplemente extraño que yo, retoño de su primer y segundo matrimonio (sí sí, mi mamá y mi papá se casaron dos veces), me aviente como jilguero a vociferar que a mi mamá (al fin) se le subió la bilirrubina, puesto que habría de pensarse que mis engendrantes se amaban cuando me concibieron. ¡Pues no es cierto! A mí no me la pelan (Polo Polo dixit). A mí me han contado muchas veces la historia de que mi papá era un guey muy atento al principio y que tenía como reina a mi mamá y demás cuentos anfibios. Sí tú Chucha y de qué color son tus calzonsotes.
Lo más que llego a creer es que mi papá, haciendo uso de sus facultades histriónicas, encandiló a mi jefa por un rato, medio la enamoró cual pachuquito que es y tómala barbón, que se la matrimonia para luego echarse a la hamaca como soberbio camaleón en verano. Eso no es amor. Eso es jugar a la casita mientras la vida sigue su curso y pretendes que tus problemas se solucionen en automático. Mi papá jamás hizo méritos para llevarse el premio mayor, o para mejores referencias, la flor más bella del ejido del Centro Libanés. No tardó mucho (bueno... sí, sí se tardó) mi mamá en darse cuenta la regadota y divorciarse con un chamaco en su lomo (yo)… para luego volver a caer (tan babotas ella), y nueeeevamente volverse a separar, esta vez con dos lobeznos.
Si alguien se hubiera aventado el tiro de filmar un documental de la historia sentimental de mi mamá a lo largo de sus 51 años previos, lo hubiera titulado: “Cómo hacer de tu vida amorosa un auténtico desastre en cinco sencillos pasos”. Es que de verdad, ya ni la chinga mi jefa. Después de mi padre, se aventó un noviazgo con un chavo ocho años menor que ella. Claro, mi hermano y yo nos llevábamos poca madre con él porque prácticamente era de mi edad. Poco le faltó para irse a empedar con nosotros… Bueno. Luego salió con un tipo de la edad de mi abuelo. Se fue al otro pinche extremo. Con Don Teofilito mi convivencia nunca superó el “Hola” y el “¿Te paso tus dientes?”. Luego se ligó a un magnate… que falleció a los meses de relación. Carajo. La última antes del Vanilla fue un tipo de su edad, con trabajo, de buenos valores, cariñoso… y de familia originaria de la República de Mozambique (o de algún país de por allá). Digo, yo no tengo nada contra las razas distintas a la mía, pero caray, si mi jefa en lo seguro había fracasado, pues imagínense jugándole a la alternativa a sus cuarenta y muchos.
Después de estas calamidades, un día me informó de sus salidas con Mr. Vanilla, y desde el principio me sonó bien. Lo conocí y me pareció un tipo educado, discreto, correcto y de buena plática. O sea, todo lo contrario a mi mamá y su desfachatez. Es decir, el uno para el otro. Y mi jefa empezó a brillar como nunca antes lo había visto. De esa radiación inconfundible que podría servir si en la escuela existiera la materia de Síntomas Inequívocos del Amor Verdadero. Un éxito rotundo. Este guey sí que la trae como reina. Mi mamá reinstauró su buen humor, el servicio al prójimo y la sonrisa permanente como estilo de vida.
Y ahora, ya se nos casa. Van a vivir en Calle del Olvido esquina con La Chingada, pero bueno, cada quien sus niditos de amor. De todo esto, lo que me sorprende es la manera en que la vida le ha recompensado a mi mamá todo lo que ha batallado después de 52 años, pues estamos hablando de una mujer que pisó fondo y un poquito más abajo. Ahora es rotundamente feliz. Y aunque yo le vaya “a entregar”, y las reglas de la vida no contemplen cláusulas para estas peculiaridades, señor juez… proceda por favor. Yo mientras me echo una a la salud de mi madre.
Para los (y sobre todo las) que alguna vez han pensado que el tren ya se les fue. Pues igual y sí, pero acuérdense que le próxima corrida llega en 15 minutos. Póngase buzos (as).