Blog del Chanfle. Go confidently in the direction of your dreams. Live the life you have imagined. You'll meet with success unexpected in common hours.
Saturday, December 29, 2007
All Apologies
Thursday, December 27, 2007
Belleza física
Es un pleonasmo ¿no? La neta, cuando decimos guapa o guapo o sabrosa o intensa o cualquier otra referencia caldufa, nadie piensa en el I.Q. de la persona. Belleza física. ¿A poco hay otra?, diría Inphi. Pues sí... pero la neta a quién le importa, jaja (no es cierto, es broma... o bueno, más o menos).
El caso es que el viaje a Japón me obligó a reconceptualizar la belleza. O al menos a flexibilizar mis criterios. Al principio es yapanís y puro yapanís. Pero con el paso del tiempo como que le buscas y no encuentras. Y luego ya encuentras, medio a huevo, pero encuentras. Y aunque no son mi raza favorita, en respuesta a David: sí, sí, cómo no, las japonesitas pasan.
Ahora bien, para darle cerrojo a esta serie de posts del yapanís, expongo a continuación el anti Top3 de la belleza japonesa. Oséase, los 3 más pinches feos que encontré (y que pude fotografiar, claro). Aquí les van los siguientes monigotes (ayyyy, pero seguro son bien lindoooooos... jaja)
Y para que vean que no discrimino, Ladies choice: ¡La verdadera Oyukiiiii!
Tuesday, December 18, 2007
Roppongi
PRÓLOGO
Salí a ver qué pasaba, y la noche me reventó la imaginación. Roppongi es un remedo de la Zona Rosa, y si de por sí la Pinky es fea, ahora imagínense lo mismo pero en japonés, sin certeza de los lugares y con el miedo que ello acarrea. En mi primero de dos sábados en Tokio, me lancé una vez acabada la chamba y parecía renacuajo en estanque de cocodrilos. Yo, semejante gorilón como dice mi madre, mostré lo sacatón, agaché la cabezota (¿qué más puede uno agachar?) y caminé y caminé y caminé sin meterme en lugar alguno. Pura frustración. Así que para no irme con la espinota clavada, para mi segundo sábado decidí regresar pero en serio. Me dije a mí mismo, mi mismo, te vas a meter al lugar que se te antoje meterte y mínimo una chela. Sin complejos. Mi mismo asintió y nos lanzamos a la acción.
PRIMER ACTO
Escaleras para abajo, empujo la puerta y uno de esos pubs típicos para extranjeros. Un lugar disponible en la barra y a mi lado un japonés, a su lado una güerota, luego un ruco que se parecía a Jacques Cousteau (a mí se me hace que ya le custó) y el hijo de Sammy Davis Jr. Pido una Asahi (buena, por cierto) y el jap me saca platica en inglés medio masticado. La güera interviene y entre que me traduce y me platica. Después de contarles a qué iba a Japón, devolví la pregunta. “I’m a buddist priest” (aaaah cabrón! Y tan pedote me saliste…). And this is my wife (aaaaandale chiquito, mira nomás)”. Él tiene 47, ella 29 y es sueca. ¿Qué coños hace una sueca en Japón dando clases de inglés y casada con un sacerdote budista? Yo creo que es el seks apil.
SEGUNDO ACTO
Escaleras para arriba, ábrete Sésamo y el paraíso. Seventh heaven o algo así. Sólo que el paraíso costaba mucho dinero (700 varos el cover con dos chupes y ‘sin límite de tiempo’, me dijeron. 300 el privado y de lejos, naaaah, no sale, jaja). Eso sí, calidad calidad.
TERCER ACTO
Un edificio que bien podría estar ubicado en la Guerrero por su apariencia, pero es Tokio y ahí no pasa nada (hay que señalar que los japones instalan sus lugares de esparcimiento en edificios, como los inquilinos del desmadre).
a) Tecleo tercer piso y llego a un departamento cuya sala-comedor está atiborrada de artefectos y utensilios dedicados a la exaltación y creatividad de las actividades físico-vigorosas. O sea, una sex-shop. Nadie atendía. Llegué a pensar que era un museo, porque dudo que alguien se atreva a ponerse lo que ví. Unas cosas acá con filos y cuerdas y cuero, y al menos en las fotos parecían muy poco cómodas. Digna de mencionarse, una máscara como la de Hannibal Lecter, pero con una bola de beisbol en medio, lista para morderse. Naughty naughty naughty.
b) Tecleo cuarto piso y cerrado.
c) Quinto piso y algo que nunca en mi pinche vida había visto y pienso que no veré jamás. En la entrada el letrero decía “Valentine’s call”. El empleado me ve y me muestra una cartulina que palabras más palabras menos rezaba: “La ‘esclava’ sólo habla japonés, en inglés no se le puede atender. Lo sentimos mucho”. Pensé, ah caray, si en el lenguaje del amor y de las cochinadas el idioma no importa. Seguí investigando y después de varios ademanes poco agradables del monito éste, supe de qué se trataba el manicomio en el que me encontraba. Resulta que los jap’s se meten a un cuartito donde hay tele, DVD, grabadora y teléfono, y de ahí marcan a una mujer que, como me advirtieron, sólo atiende en japonés. O sea, pagan para que… ejem, ehhh (nenas, tápense los ojitos), los muchachos se estimulen hasta la saciedad.
d) Ya no quise subir al sexto. ¿Qué seguía? ¿Zoofilias y perversiones vegetales? Ahí muere. Bajé todo tarado, pero en cuanto empecé a caminar me cagué de la risa. ¿Por qué no?... ¡Otro edificio!
CUARTO ACTO
Piso 1: un bar de jazz en el que convivían unos gandules que bien podían haber sido Pepe Toño y su pandilla (te lo juro Pip, y lo digo en el buen sentido, acá todos guajiros y alucinados). Piso 2: un bar de chicas al que no me dejaron entrar por no ser japonés. De la que se perdieron. Piso 3: Only club members. Que se lo coman con queso. Piso 4: La azotea, va de regreso.
QUINTO ACTO
Regresé a la calle principal y de repente oí en un sótano música guapachosa y dije de aquí soy. Otra vez en diálogo con mí mismo: uno, dos, tres quiebres cantinflescos de los míos y seguro caen redonditas las niponas. Ajá guey, cómo no. El bar era de brasileños, que por cierto, se mueven muy cabrón. Y todas sus parejas eran japonesas, que por cierto, las movían aún más cabrón. Eran como Selinas pero con el tambo más moldeado y caras de Yoko Ono. Yo petrificado. Y luego de otra chela, el DJ se avienta la puntada. ‘This is the last song’. Y que le cae caca al mole: el inconfundible tonito de voz del hígado de Luis Miguel. Hazme el c. favor, Luis Miguel en Tokio. Odio a Luis Miguel, el artista más sobrevalorado de nuestros días. El guey saca un disco con tres versiones de Alvin y las Ardillitas y vende 345 millones de copias tan solo en su primer fin de semana. Lo detesto. Fue el signo de que debía seguir.
SEXTO ACTO
Ya me encaminaba al hotel cuando leí la palabra mágica: masajes. No sabía si era del normal, del terapéutico o del de happy ending. Pues entré y ninguno de los tres. Eran unas chinas que hacían masajes en los pies. Pagué 30 minutos y qué cosa. Me quedé jetón luego luego de que me aplicaron la cubetita del pedicure (no manches qué chingón, ya sé porqué a las viejas les gusta tanto). El primer pellizcón a la planta me dolió a madres, pero ya no los subsecuentes. Y me vistieron con una pijamita como de kimono pero con tela de escocés y kimono me veía. Parecía William Wallace en la pubertad.
EPÍLOGO
Un tipo de Uzbekistán me vende un kebab (misma premisa que con la Georgia de Kakha Kaladze: ¿algún día conoceré Uzbekistán? ¿algún día conoceré a alguien más de Uzbekistán? ¿todavía existe Uzbekistán?). Me dijo que si lo quería con salsa y me ofendió. Sacó el frasco y me mostró una Cholula. ¡Uuuuuy pues lo que el viento a Juárez güerito! Dicho y hecho. Pero agárrate en el hotel. Después de 10 días de puro gohan, el kebab me retuvo una horita en el baño. Nunca tantas rarezas en una noche, nunca tanta sorpresa en un viaje. Esas horas en Roppongi, dignas de recordarse.
Para Soko y Ulrika, vaya especímenes.
Wednesday, December 12, 2007
Yo mejor me aguanto
Saturday, December 08, 2007
Macatónado
La escena es como de salón lleno de niños regañados. Todos viendo al cristal, sin voltear a sus lados por favor. Cuando llegué, varios ya se habían rendido y optaron por aplicar la de los brazos en el pupitre y frente en los antebrazos. Son las 3 de la mañana y nadie los culpa. Algo han de haber hecho.
Esto ocurre en un segundo piso, pero para llegar a él, todos pasamos aduana en la planta baja. Para pagar el arancel, tuve que voltear el menú a la versión en inglés. Aquí como no hay libras, no hay cuarto de libra (me recuerda al yuca: si pisa el césped será consignado, si no, no). Lo cual me deja de dos sopas, doble con queso o Big Mac. Ya ni pregunté si sabían hablar inglés, porque siempre responden lo mismo. A litoul (los pendejeas, pero siempre te entienden y hablan lo suficiente como para sacarte del apuro). Me llevo la Big, papas grandes (verdaderamente grandes, desbordándose del cucuruchín) y jugo de uva que es color naranja.
Regreso a la escena en el segundo piso. Me impresiona ver a todos ensimismados, cada uno en una actividad peculiar: un señor lee el periódico con la boca abierta (es el primer lugar al que llego y no compro el periódico. Obvio, no entiendo ni madres), tres ninjas escriben mensajitos, una geisha con chonguito tiene los dedos entrelazados y está metida en el castigo, otro señor escribe en una carpeta, y dos más contemplan el horizonte. Y claro, peculiares porque se trata de un McDonalds a las 3 de la mañana. En sábado.
Y si digo que algo han de haber hecho, es porque seguro ellos sintieron lo mismo que yo al ver la letra Más reconfortante cuando la cartera aprieta más que la tripa en horas extra (no hay M con curvitas en mi teclado). Yo regresaba de… bueno, iba de vuelta a mi hotel cuando me crucé con la M de Miguel Angel. Ellos, aplanando la nariz donde estuvo la McTeriyaki, seguramente estaban en condiciones mucho más deplorables cuando se rindieron.
De repente me dan ganas de vivir aquí. En serio. No tan bravos como en Madrid, no tan vivitos como en Roma, no tan secotes como París. Pero igual de patrióticos que los madrileños, de hospitalarios como los romanos y de extravagantes como los parisinos. Y fashion, muy fashion (Eso sí, también feos, muy feos).
Ya sé que otra vez la burra al trigo, pero, ¿por qué no podemos ser tantito así? Sólo tantito, como dicen por ahí, nada más la puntita. No son perfectos (de hecho son algo tiesos a la hora del desmadre), pero intentan serlo. Y no le ven nada de malo.
Estoy seguro que ellos se inventaron esa frase mamilona de que todo cabe en un huequito sabiéndolo acomodar. En todo el país hay 127 millones, y su territorio es menor al de Chihuahua y Sonora juntos. En México hay 105 millones. Y se los juro, por lo que más quiero, que no se ven apretados. Ocupan literalmente cielo, mar y tierra. Están cabrones. Su infraestructura es bárbara, su orden es religioso y su disposición es de tiempo entero.
De pronto, llega un señor vestido de gris, e interrumpe la contemplación del escenario. Uno a uno va avisando algo (o despertando, casi con cariño de abuelito, si es necesario). A mí también me lo dice, pero… yep, no entiendo ni madres. Todos se dirigen a un tercer piso. De la chistera me saco una puntada al señalar hacia arriba. Brillante y dificilísimo de pronosticar. Pero se repite el patrón. Uno pendejea y ellos te callan el hocico. Opstéeees. Toma paloma, hawk y chango tu banana.
Yo mejor me bajó. Acabé mi cena y vine a escribir. Por cierto, estoy en Japón. Y aquí lo pronuncian Macatónado.