Nació como una válvula de escape. Se convirtió en una fábula de vida. En la que todos (o muchos) nos proyectamos al opinar. Ya sea coincidiendo o discerniendo. O atacando. A los malos hábitos de la indiferencia o al maldito síndrome del “Bofo” Bautista (si los balones no le llegan al pie, ni los pela). Aunque todavía hay muchos que se resisten a los encantos de la firma. Algunos nunca sabrán lo que se siente hasta que no tengan un blog. Y vean qué gratificante es que te opinen de lo que escribes. O lo frustrante que es escribirle al aire. Aunque el aire te diga mucho más que mil palabras. O comments. O clicks. O cualquiera que sea la medida del éxito de un blog. Aunque este blog no se hizo para llenar formularios de simpatías (¿Me podría complacer con una canción –opinión-?). Porque como dice don Miguelito, uno nunca queda bien. Entonces, lo mejor es soltarla como viene, sin filtros. Aunque la peor censura es la que se impone uno mismo. Inconscientemente. O consciente. De que si dices lo que realmente piensas puedes herir a cierta gente. Entonces mejor la mides, sin perder autenticidad. Dirían en mi pueblo, siendo políticamente correcto. Aunque casi nunca lo logres. Porque si buscas las palabras correctas para decir la verdad, lo u.n.i.c.o. que podrás escribir son mentiras. Lo u.n.i.c.o. . Y no pasa nada, sino todo lo contrario. Porque aquí se dice lo que se piensa y no se piensa lo que se dice. O más o menos. Pero es que estamos hartos de los extremos. Buscamos matices. Porque nadie los busca. O nadie quiere encontrarlos. O porque es más fácil ver todo en blanco y negro. Y porque se relaciona el gris con lo mediocre, cuando mediocre es quien no ve todos los tonos de grises. Porque no hay uno solo. No hay un u.n.i.c.o. gris que todo lo ve, sino un u.n.i.c.o. blog que quiere ser feliz. Gracias por existir.
Pamí. Post 100 de u.n.i.c.o.
Pamí. Post 100 de u.n.i.c.o.