Mis recuerdos de América-Cruz Azul se remontan a la Final del 88-89. Enpijamado, a una edad en la que mi papá no me llevaba a esos partidos porque "se ponían feos", me levanté muy temprano, me receté las tradicionalísimas conchas Bimbo de vainilla y me puse a contar los minutos hasta las 12 del día.
Ya había sufrido en la Ida a media semana. En la soledad de mi cuarto padecí los errores de Larios Iwasaki que le dieron el 2-0 al América al medio tiempo, y como nunca he sido de trotes aguantadores, me quedé jetón y al otro día tuve que aguantar a mi papá haciéndose el payaso durante media hora para decirme cómo habían quedado. Fue un 3-2, después de una igualada momentánea de la Máquina.
Volviendo a aquel domingo, Cruz Azul requería ganar para mandarlo a tiempo extra. Empieza el asuntito y Juan Hernández, que en su pinche vida había metido gol, pone el 1-0. Avanzaba el temor, y de repente un muertazo llamado Ricardo Mojica, que seguramente hoy trabaja como guía de turistas en Pachuca (¿?), nos da el empate. Luego el glorioso Pato Hernández se avienta el empate, pero también la puntada de lesionarse en la jugada.
Todo iba bien y se venían los tiempos extra. De repente, los cuatro Quiks de chocolate hicieron efecto, voy al baño "rápido" para firmar y de repente escuchó: "Goooooooooooooooo...". Me la guardo, salgo corriendo con el "¿De quién?" en la boca, y el silencio de mi papá lo dijo todo. En la tele, Hermosillo corre y corre. En mi cuarto, un servidor llore y llore.
Ahí empezó una larga serie de frenéticos seguimientos a los América-Cruz Azul que me han dejado unas buenas y otras malas. La de Latorre del 99 fue memorable, única, inigualable, pero a cambio están la de Zague en el Azul, la de Leo Rodríguez en la presentación de Campos y más recientemente, la de las tres goleadas de a tres.
Hoy, mejor dicho al ratito, viene otra más, pero en esta ocasión procuré ser discreto en mis comentarios y mis apuestas. Bueno, la verdad es que estoy resignado a la derrota, pero como en el futbol uno nunca sabe, pronostico un tímido 1-1 con buena dosis de ansiedad. A estas alturas lo único que puedo pedir, es que Dios nos agarre confesados.
Para Carlos Hermosillo, quién lo hubiera pensado.
Ya había sufrido en la Ida a media semana. En la soledad de mi cuarto padecí los errores de Larios Iwasaki que le dieron el 2-0 al América al medio tiempo, y como nunca he sido de trotes aguantadores, me quedé jetón y al otro día tuve que aguantar a mi papá haciéndose el payaso durante media hora para decirme cómo habían quedado. Fue un 3-2, después de una igualada momentánea de la Máquina.
Volviendo a aquel domingo, Cruz Azul requería ganar para mandarlo a tiempo extra. Empieza el asuntito y Juan Hernández, que en su pinche vida había metido gol, pone el 1-0. Avanzaba el temor, y de repente un muertazo llamado Ricardo Mojica, que seguramente hoy trabaja como guía de turistas en Pachuca (¿?), nos da el empate. Luego el glorioso Pato Hernández se avienta el empate, pero también la puntada de lesionarse en la jugada.
Todo iba bien y se venían los tiempos extra. De repente, los cuatro Quiks de chocolate hicieron efecto, voy al baño "rápido" para firmar y de repente escuchó: "Goooooooooooooooo...". Me la guardo, salgo corriendo con el "¿De quién?" en la boca, y el silencio de mi papá lo dijo todo. En la tele, Hermosillo corre y corre. En mi cuarto, un servidor llore y llore.
Ahí empezó una larga serie de frenéticos seguimientos a los América-Cruz Azul que me han dejado unas buenas y otras malas. La de Latorre del 99 fue memorable, única, inigualable, pero a cambio están la de Zague en el Azul, la de Leo Rodríguez en la presentación de Campos y más recientemente, la de las tres goleadas de a tres.
Hoy, mejor dicho al ratito, viene otra más, pero en esta ocasión procuré ser discreto en mis comentarios y mis apuestas. Bueno, la verdad es que estoy resignado a la derrota, pero como en el futbol uno nunca sabe, pronostico un tímido 1-1 con buena dosis de ansiedad. A estas alturas lo único que puedo pedir, es que Dios nos agarre confesados.
Para Carlos Hermosillo, quién lo hubiera pensado.
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