Prólogo: Necesito unos tenis nuevos. Pero unos que cumplan los siguientes requisitos: que no pasen de mil pesos, de tono cafesoso, de agujetas y que sean tenis pero no tan 'tenis' porque en el trabajo no dejan llevar tenis-tenis, sino sólo tenis que parezcan más zapatos que tenis. Pull & Bear, 649, perfecto. Entre gamusa y piel. Agujetas un poco largas, no importa. ¿No?.
Primera señal: Fiesta de sábado por la noche. Dos minutos y medio en el lugar. Saludo a mis amigos. Me acomodo detrás de una mesita a las rodillas. Segundos después, a un individuo se le ocurre bailar I will survive, pero por su habilidad se convierte en un slam unipersonal, cae sobre la mesita, los 7 chupes de la mesita caen sobre mis rodillas para abajo y el 80 por ciento del líquido, va sobre los tenis no tan tenis. Manchas permanentes de whiskey sobre mis pinches tenis nuevos (de dos puestas).
Segunda señal: Hago tiempo y como quiero comprar un nuevo celular (Veto a Unefón), voy a Movistar... pero hay cola. ¿Me bajo o no me bajo?. Me bajo, pero sólo para sacar un folleto de otras sucursales donde no haya cola (hazme el ch. favor). Salgo del coche, doy unos pasos, hay un charco y en vez de pasarlo como la gente normal, me siento Heidi la niña de la pradera y brinco el charco. Con el vuelo, mi tenis (que no es tenis) patina y yo vuelo, vuelo alto, con iPod en mano, y todo mi costado izquierdo se empantana del madrazo. Déjate los moretones... la vergüenza. No suelto el iPod. Un chamaco pasa y cagado de la risa suelta la pregunta filosófica de rigor. ¿Estás bien? Sí pendejo, nada más que me acabo de dar un putazo marca diablo imbécil, y deja de cagarte de risa... pendejo. Voy por el folleto y no hay tal. Cuánto fracaso en tan pocos minutos.
Epílogo: Los tenis, o son o no son, no le hagan al cuento. No pienso limpiarlos. Las agujetas, más valen cortas que largas. Y recuerden, nunca, nunca brinquen charcos. Y menos si acaba de llover y hay pinche mil hojitas secas sueltas en la banqueta. Y si alguien les pregunta ¿Estás bien?, rómpanle la madre de mi parte.
Para el barrendero de esa calle.
Primera señal: Fiesta de sábado por la noche. Dos minutos y medio en el lugar. Saludo a mis amigos. Me acomodo detrás de una mesita a las rodillas. Segundos después, a un individuo se le ocurre bailar I will survive, pero por su habilidad se convierte en un slam unipersonal, cae sobre la mesita, los 7 chupes de la mesita caen sobre mis rodillas para abajo y el 80 por ciento del líquido, va sobre los tenis no tan tenis. Manchas permanentes de whiskey sobre mis pinches tenis nuevos (de dos puestas).
Segunda señal: Hago tiempo y como quiero comprar un nuevo celular (Veto a Unefón), voy a Movistar... pero hay cola. ¿Me bajo o no me bajo?. Me bajo, pero sólo para sacar un folleto de otras sucursales donde no haya cola (hazme el ch. favor). Salgo del coche, doy unos pasos, hay un charco y en vez de pasarlo como la gente normal, me siento Heidi la niña de la pradera y brinco el charco. Con el vuelo, mi tenis (que no es tenis) patina y yo vuelo, vuelo alto, con iPod en mano, y todo mi costado izquierdo se empantana del madrazo. Déjate los moretones... la vergüenza. No suelto el iPod. Un chamaco pasa y cagado de la risa suelta la pregunta filosófica de rigor. ¿Estás bien? Sí pendejo, nada más que me acabo de dar un putazo marca diablo imbécil, y deja de cagarte de risa... pendejo. Voy por el folleto y no hay tal. Cuánto fracaso en tan pocos minutos.
Epílogo: Los tenis, o son o no son, no le hagan al cuento. No pienso limpiarlos. Las agujetas, más valen cortas que largas. Y recuerden, nunca, nunca brinquen charcos. Y menos si acaba de llover y hay pinche mil hojitas secas sueltas en la banqueta. Y si alguien les pregunta ¿Estás bien?, rómpanle la madre de mi parte.
Para el barrendero de esa calle.
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