Sunday, February 18, 2007

El último acostón















Al principio era súper rico. No pasaba una sola noche sin complacerme. Pasaron los años y de todos modos seguía disfrutándolo. Pasaban otros y no sentían lo que yo, que a capa y espada defendía lo mío. Pero de tantas oídas le empecé a ver defectos que seguramente ya estaban ahí, y que yo me rehusaba a aceptar. Pasaron más años y tuve que aceptarlo. Este viernes tomé una decisión y es irreversible. Como todo por servir se acaba, hoy es el último acostón.

Mañana lunes, como mi espalda lo pide a gritos, llega mi nuevo colchón. Y de verdad, no tienen idea qué trabajo me costó ir a Dormimundo (que por cierto está en descuento) para elegir un nuevo colchón. Y no porque técnicamente sea muy difícil elegir un nuevo colchón (porque lo es. Carajo, ¿cada cuándo compras un colchón? No es como si vas a comprar naranjas y sabes cuáles están buenas y cuáles no). Es complicado simplemente porque la carga emocional que tiene el pachoncito que hoy jubilo es enorme.

¿Carga emocional de un pinchurriento colchón? Si alguien se sorprende, lo haría todavía más al ver el estado en el que se encuentra actualmente. Decolorado, agujerado, deshilachado, con resortes de por fuera, y con una curva del molde de mi botafogo que se convirtió en el indicio más contundente para saber que desde hace tiempo ya estaba fuera de servicio.

Pero el punto es otro. Ese colchón tiene alrededor de 20 años de vida, según mi abuela que es la memoria familiar aunque no se acuerda ni de sus apellidos. Es decir, llegó cuando yo tenía cinco. Y me acuerdo perfecto de que cada vez que iba a dormir a casa de mis abuelos los fines de semana (¡mis papás estaban casados!, qué loco...), realmente gozaba dormir en esa cama (que baidegüei, la cama de latón en sí es historia aparte, mi abuelo jura y perjura que ahí durmieron Carlos Slim, Mauricio Garcés y hasta el Baisano Jalil).

Era el tendido, las sábanas, el cobertor amarillo y que no tuviera colcha. Me cagan colchas, están de más. La ausencia de colcha denota un buen tendido y evidencia a los huevones (as) que la tienden mal. Era cenar conchas Bimbo de vainilla partidas en cuatro sobre la cama y ver Peter Pan. Era leer el Excélsior de mi abuelo (antes de Reforma era el Excelsior), empezando por deportes. Era disfrutar la película de mi cumpleaños de 3 años una y otra vez hasta el cansancio. Era sentir que en esa casa, en esa cama, en ese colchón, yo estaba cómodo.

Luego me mudé ahí, y desde hace 13 años, ese colchón se convirtió en mi colchón del diario. Y yo seguí disfrutándolo igual. Ocasionalmente dormía mi hermano, algún primo, el tío Güero, hasta mi jefa, y todos mentaban madres. ¡Cómo puedes dormir ahí! Pues puedo.

No, nunca pasó nada sexoso en ese colchón, al menos de mi parte. Digamos que es imposible el arrumaco en una casa con circuito cerrado las 24 horas (o sea, mi abuelo). Hubiera estado bueno para glorificarlo, pero pues nunca se dio. Alguien en el basurero tal vez lo hará por mí.

De un año pacá, suelo despertarme gracias a que mi espalda está abatida. Afortunadamente, hoy es el último acostón. Espero que la elección del nuevo colchón haya sido buena, y que desde mañana que entre en funciones, esté a la altura de su antecesor. Porque al otro, todos en la casa lo vamos a extrañar mucho con todo y sus defectos. La u.n.i.c.a. que ya está de fiesta y no para de felicitarme... es mi espalda. Tiene mucha razón.


Para Miguel Angel Martínez, tan amable vendedor de Dormimundo. Ahí de ti si me vendiste una mierda.

5 comments:

Anonymous said...

Interesante el relato, pero de pronto, lo bueno del mismo se cae con la terrible noticia de que jamás pasó algo hankypankesco sobre su textura. Es lamentabilísimo, a decir lo menos.

Al acercarme con el autor para preguntarle los motivos, se adelantó, se puso de pie luego luego y, sin darme mucho tiempo para la elucubración, me dijo "Es que una sola vez me quedé solo porque en mi casa siempre hay alguien".

Jaja, en lugar de colchón, es urgente el cambio de sede, porque se está atacando el problema de la periferia y no de raíz. Punto.

No echar guayabo es un crimen, y menos "¡en tu casa!".

Saludos inphidélicos.

Anonymous said...

Mmm, no estoy de acuerdo con mi marido, mira que dormir en el mismo lugar que albergó los sueños de Mauricio Gárces...uff! sin palabras.
Cuántas historias guarda un cuadro lleno de algodón y resortes no?
Mi U.N.I.C.O consejo sería que cuando decidas estrenarlo, sea verdaderamente importante y de sueño, porque será su primera vez, y eso no pasa todos los días...

W.J. Porter said...

¿Cómo comprar un colchón? Te tienes que acostar en cada uno y pensar cual te hizo fluir más la hueva. Y a tu viejo colchón despidelo como yo lo haría. Ya sabes de qué hablo.

Galleta Chicken said...

Yo estoy en las mismas porque debo cambiar mi colchón, ya hace ruidos y se queja cada vez que me siento o me acuesto... pensé que solo a mi me daba nostalgia eso, jeje

Anonymous said...

Freakney,
Un buen colchón de infancia siempre guarda un lamparón de algún accidente provocado por una pesadilla que hace que todo termine en sueño húmedo, aunque no erótico. También conserva la mancha de alguna torta grasosa que te reventaste y escurrió. Pero también llega a dejarte la espalda coomo trepadero de mapaches, porque un resorte (yo sí tuve colchón de resortes) se sale y te hce lo que ni la más ardiente fémina luego se atreve. En ese momento, si la cartera lo permite, hay pasar a la tienda, lo malo es que no es suficiente con una acostadita de minutos para saber qué onda, es un albur, porque como con las mujeres, un rapidín no te dice nada, pero duerme (toda la noche como dice Kundera en la insoportable levedad) con una y sabrás si la amas o no.