Tuesday, October 20, 2009

Una larga línea de baba

Hablar de aviones me hizo recordar tantas estúpidas sensaciones que despierta el hecho de viajar por aire.

No sé por qué, pero es verdad, quien se sube a un avión estando soltero (o a veces sin siquiera estarlo), anhela fervientemente que a su lado se siente una celebridad, con la que afanosamente se pueda poner a platicar y le revele íntimos secretos del mundo de la farándula. Esto, con el propósito de ir a presumirlo en cuanto se baje del avión, o bien, convertirlo en un post años después.

El otro deseo oculto de todo pasajero aéreo es que a su lado se siente una bella damisela dispuesta a entablar una bonita conversación, intensa pero intrascendente, y que al final desemboque en lo que ha sido idealizado como una de las más añoradas pero improbables maneras de ligar.

Esto me vino a la mente porque hace algunos años, cuando todavía reporteaba, me mandaron al partido Culiacán vs. Pachuca. El vuelo era en un sábado, a las 2 de la tarde, pues el partido era a las 7, y mi regreso estaba programado al día siguiente muy temprano por la mañana. Llegué a la sala de abordar con una pequeña maleta en mano, y antes de desparramarme en algún lugar, analicé fríamente si había algún objetivo digno de rodear. Y que sí.

Blonda caballera, ojos pispiretos, menudo figurín, chai latte sin azúcar en mano, se hallaba una princesa sin guaruras ni ranas alrededor. Prego, caldufo por naturaleza, me senté a un par de lugares de ella en la sala de abordar, muy casual y discreto como soy yo, ya saben. Tiroteo de miradas atrabancadas y no hubo barreras de mamonería de por medio, al menos por el momento.

Clave es la línea que uno debe tirar de primera instancia, porque esa marcará la trayectoria del ligue en cuestión. Sin esperar ni pensarla mucho, volteé con mi batido de fresa con harta chantiyí en una mano, y con un grasiento panini de 3 quesos en la otra y le dije muy sutilmente: “Holaaaaaaaghhh” (en realidad sólo dije Hola, pero ps son los efectos especiales).

Habituado a la inexplicable pedantería de las chilangas, la chica en cuestión sonrió de inmediato y se armó la conversación. Resulta que venía de sus vacaciones en Cancún, y estaba haciendo escala en México. Culichi de nacimiento, estudiaba medicina en la capital sinaloense, y ya estaba por acabar la carrera. Yo le tiré el choro éste de que trabajaba para un periódico, vinieron las 5 o 6 preguntas idiotas que todo desinteresado en mi chamba hace de rigor para aparentar que le importa aunque en el fondo le vale madres, y de repente ya estaba el peloteo y ni siquiera habíamos trepado al avión.

¿Qué asiento tienes? Era algo así como 13B, y yo tenía un 12A, por ahí, el caso es que era sólo una fila de distancia. Perfecto, pensé. No se verá tan aborazado que me cambie una fila para estar junto a ella. Caminamos muy románticamente el túnel rumbo al avión, y estaba a punto de sentirme George Clooney de no haber sido por la perejila que muy poco sutil me pidió: ¿Sí podría tirar su sangüis defavor? “Ehh, jeje, por supuesto”, respondí, sin perder el estilo ni el hilito de manchego que escurría bajo la servilleta.

Ya en el avión no había mucha gente, así que no hubo mayor problema para sentarme en el pasillo de la fila en la que ella iba en ventana. Ahora, lo que procedía, era justificar mi atragante y pedirle el teléfono en algún momento. Definitivamente ése era el momento cumbre, pues ahí sabría si todo el numerito de la sala de abordar y el cambio de asiento iba a servir de algo. Ella no era precisamente la más platicadora, pero sabía que yo iba por sólo una noche a Culiacán, y hasta el momento no había vestigios de esposo, novio o chimpancé en ninguna de sus anécdotas. Yo me seguí de frente, y le propuse ir a cenar después del partido. Mágicamente, ella accedió, me dio su teléfono, le di el mío, y pactamos el generalísimo “nos hablamos”. A huevo que le iba a hablar. Nunca he sido el tipo más hábil para ligar, pero finalmente el destino me estaba premiando con un encuentro casual, ligero, fluido y sin complicaciones.

Aterrizamos en Culiacán, y nos separamos cuando yo me dirigí a la fila de los taxis. De repente, alguien me tocó el hombro y era ella para decirme que ahí estaba su mamá, y que si quería un aventón. Pues encantado de la vida, faltaba más conocer a la suegra.

Mis días como reportero y como ser humano en esta Tierra sufrieron un brutal cambio de expectativa cuando caminaba rumbo a la salida y vi que ahí estaba la suegra, pero la suegra de un cabrón como 10 centímetros más alto que yo, 20 kilos más pesado que yo, con un bigote 30 veces más tupido que el mío, y con una jeta 100 más larga que la línea de baba que escurría desde el interior del Aeropuerto.

“Te presento a mi mamá, y te presento a mi novio”, dijo cándida, la hija de la chingada. “Él es Miguel, viene al partido de Dorados, trabaja para un periódico y ¡va a hacer las entrevistas! ¿No está padrísimo?”.

Yo no sabía si ella era cabrona o muy, pero muy pendeja. Y no sabía si salir corriendo, tomar el avión de regreso a México, o comprar una costilla, quitarle la carne, y comerme el puro hueso pa’que se me atorara en el cogote por pinche hocicón. Ya en la escena, no me quedó otra más que aguantar vara y callarme hasta llegar al hotel, en espera de que el cabrón éste no fuera un matón o un narco, en el mejor de los casos.

Me dirigí hacia la puerta trasera de su Sentra, pero ella, que era la imprudencia hecha persona, me propuso muy campante “No no no, vete tú adelante, estás muy grandote, acá no cabes”. Ejejeje… gulp.

De estar en un avión ligando, me encontraba en un Sentra, con un cabrón encabronado manejando, con una guacamaya aventándome a las vías del tren, y yo rezando por mi vida. Y todo porque minuto que pasaba, minuto que la pendeja ésta hacía el ambiente un poquito más incómodo.

“Ay amor, Miguel estudió en la Ibero, ¿cómo ves?”. No, pos muy bien. “Ay Miguel, mi novio estudió en el Tec, jugaba linebacker de los Borregos, ¿cómo ves?”. No, ps bien, bárbaro (llanto eterno en mi alma). “Ay amor, Miguel escribe en un periódico, ¿tú siempre has querido escribir en uno ¿no?”. Ajá. “Ay Miguel, acá casi no hay trabajo de eso, ¿tú crees?”.

Por fin, después de un trayecto que seguramente fue de 20 minutos pero que a mí me pareció de 4 horas, llegué al hotel. Me bajé ipsofacto, le di las gracias al linebacker y a su suegra, y ella también descendió del coche, para darme, toda efusiva, un abrazo de despedida. Sí sí, linda muy linda, huida a derecha de escena.

Acostado en la cama del hotel, comencé a reflexionar dónde me había equivocado, o qué señal había pescado mal. Y llegué a la conclusión de que esta vieja no era cabrona, sino muy pendeja, y que todo había sido un malentendido, o en dado caso, mis capacidades histriónicas de ligue no fueron lo suficientemente contundentes.

Me fui al partido, mandé mis notas, y en el taxi de regreso al hotel, recibí una llamada de un número local en Culiacán. Era esta chica, muy fresca ella, hablándome para ver a dónde íbamos a cenar y a qué hora nos veíamos.

Habiéndome identificado el novio, sabiendo dónde me quedaba, para quién trabajaba y a qué hora me regresaba, no me tardé mucho en decirle “no, gracias, estoy muy cansado, mejor otro día que venga” (que en mi pueblo significa “pinche vieja, ¿estás idiota o estás orate?, tienes novio y me conoce, y además vives en Culiacán, donde según dicen, sólo matan por drogas o por mujeres).

Así, llegué a la conclusión de que encuentros amorosos en un avión sólo suceden si hay tres factores: si estás en una película, si eres George Clooney, y si el guión está escrito por... George Clooney.

De otra forma, se queda en fantasía.


Para la chica, cuyo nombre por cierto ya no recuerdo.

7 comments:

Miranda Hooker said...

Standing ovation por el ritmo narrativo en la escena del llanto por tu alma.

MFR said...

Jajaja.... me encanta como en las historias masculinas, las mujeres pasan de encantadoras a pendejas en un abrir y cerrar de ojos.

Esta divertida tu anéctoda!

humantree said...

SUBLIME!!!

M I G O said...

Jajajajaja Exelente Post...Mi estimado volviste a nacer!..

Anonymous said...

Y agradece que no fueron sus hermanos al aeropuerto!!

Anonymous said...

Bueníiiismo! Esta historia no me la sabía jajaja...
Yo tbn siempre pienso que George Clooney se sentará a mi lado y caerá enamorado de mi, jajajaja pero lo mejorcito que me ha pasado es tener al lado a Mijares y ver lo gordo que está.

Anonymous said...

ajajajjaja mu bueno migue!!! pero.... solo te puedo decir

eeeeeeeeeeeeeeeeeeehhhh PUTOOOOOO (tono estadio azteca lleno vs estados unidos) jajajaj

J Briseño