Tuesday, March 30, 2010

"El teibolero de Acapulco"

Los comentarios, propuestas y contrapropuestas en torno a mi futuro sobrino Bicente Nario fueron vastos y creativos. Todos con una intención particular y significado profundo. Pero a diferencia de esta avalancha onomástica, hay quien no termina de entender que el nombre marca a alguien de por vida.

Y que por eso hay que hacer ejercicio responsable de ese privilegio. En México, pululan los irresponsables que bautizan a diestra y siniestran con nombres esperpénticos y sin sentido, que sólo trastornan el lenguaje y el motivo último de un nombre.

Lo peor es esa especie que nomás no entiende, pero igual reparte. Esos que medio oyen, medio saben, medio entienden y medio ponen. Como los padres de este fino individuo que me encontré en la Comercial Mexicana de Acapulco, que se prestaba a recoger una botella de JB en Atención a Clientes.

Portaba orgulloso el jersey de su equipo, seguramente llamado “Los Teiboleros de Acapulco”. Y en el dorsal, su nombre:


También vi un “Richart” hace poco, pero no me dio tiempo de tomarle foto.

Pinche gente piorquiuno. Deberían de tomar el ejemplo del guey que atiende la tiendita de la esquina del trabajo, ese individuo que está en pachequez permanente, y que ayer me sorprendió portando orgulloso su… iguana.


Una iguana de verdad. Ámonos. Y la iguana se llama… “Sargento”.

¿Será por verde y obediente? Chale. Nos estamos volviendo locos.


Para volvernos locos.

Wednesday, March 17, 2010

El niño Bicente nario

Siempre me han gustado las fechas de nacimiento chingonas. Como la mía: 2-2-82, o la del Arquitecto: 3-3-60. O la espuria de mi compadre HMI, quien nació en 31-12-80, pero en su pasaporte dice 1-1-81.

Hace unos días, recibí un SMS de mi prima Gabriela, anunciando el próximo nacimiento de su segundo retoño y segundo heredero de la familia Muñoz Briseño, lo cual es motivo de harta algarabía y confetti, pues Gaby y Juanca se esmeraron para concebir al hermano de Juan Ignacio, alias "El Rudo". En la llamada de felicitación, Gaby ahondó en detalles y proclamó que el nacimiento del vástago será...

El 16 de septiembre de 2010.

Oséase... ¡el Niño Bicentenario!

Por supuesto que las circunstancias para que el niño nazca ese día están supeditadas al humor de la madre, intempestivo como ella sola, y cuestiones impredecibles como el acomodo del chilpayate en la bolsa y demás asuntos amnióticos. Obvio, se levantará la legítima quiniela del nacimiento del chamaco. Pero, nomás así de botepronto, quióbole con que nacerá en la celebración 200 de la Independencia de nuestra gloriosa y apestosa nación.

Como estoy seguro que será niño, tengo varias propuestas para la decoración del cuarto de la madre. En vez de letreros de "It's a boy", pondremos cartulinas con "¡Viva México cabrones!". En lugar de puros se repartirán palanquetas, y a las señoras se les darán delantales de tehuanas.

Todos los hombres que entren al cuarto a felicitar a la familia, tendrán que ponerse peluca de Hidalgo, y vamos a poner también gigantescas fotos de Morelos y el Pípila con huecos en la cara para tomarnos fotos con el bebé.

Y la mejor parte: el nombre.

Como es una obligación moral para Gabriela honrar a su patria con el nombre de su hijo, presento aquí varias propuestas que van de acuerdo con la ocasión para grabar en la historia un acto que perdurará sellado en un acta de nacimiento y con el orgullo de haber enaltecido la bandera tricolor.

Las propuestas son (¡Anotad Gabriela, Anotad!):

1. Miguel Hidalgo Muñoz Briseño

2. Corregidor Muñoz Briseño

3. Ignacio Ignacio Muñoz Briseño (en honor a Allende, Aldama, y para que le diga tocayo a su carnal)

4. Alhóndigo Dolor Muñoz Briseño

5. Galeano Muñoz Briseño

6. Mata Moros Muñoz Briseño (Para las bonitas iniciales MMMB, acrónimo también de muy muy MUY bien)

7. Morelos Guerrero Muñoz Briseño

8. Cura Muñoz Briseño (muy discreto)

9. Leono Vicario Muñoz Briseño (De paso honrando a los Thundercats)

10. Bravo Nicolás Muñoz Briseño (Un nombre que paralelamente serviría como motivación a su primo Nicolás)

Les pido hagamos un sondeo breve aquí en u.n.ic.o., para orientar a los papás y que sepan con mayor certeza qué nombre poner. Opciones no faltan. O bueno, sí. Una...

11. Bicente Nario Muñoz Briseño (así, con B grandota)

Sí tienen algún otro comentario o propuesta, expóngala, y vemos qué sucede. Aquí fomentamos la democracia, aunque no funcione.


Para mi querida Gaby y el gran Juan Carlos, por tener el valor de aventarse a la aventura del segundo en la lista. ¿ Pa'cuándo el tercero?

Tuesday, March 09, 2010

El día que ColdPlay cayó de mi gracia

No soy un crítico musical, ni nada por el estilo. De hecho, todo lo contrario: soy un facilote. Tengo en mi iPod música de Creed, de los Goo Goo Dolls y de muchas otras bandas catalogadas como las peores de la historia. Es más, tengo RBD en vivo, ¿y qué?, ¿y qué? Y si tengo todo eso, es porque me gustan.

¿Y qué?

Ahora, no soy un crítico musical, pero sí he ido a un chingo de conciertos en mi vida. Desde U2 en Roma, hasta Juanes en Costa Rica. Desde Arjona en el Auditorio, hasta Emmanuel en el Centro Libanés. Todos, por voluntad propia. Y todo porque me fascina el ritual de un concierto, de llegar lo antes posible, ver cómo se llena el lugar, escuchar al telonero si es que hay, consumir los víveres, empedar si es posible y luego disfrutar del ambiente creado por el artista en turno.

Después de tantos conciertos, uno no necesita ser un genio para identificar qué espectáculos están bajo control y cuáles no. Pero sobre todo, uno puede descifrar si un artista es genuino en su desempeño, o si solamente se apega a un guión de manera mecánica sin importarle si conecta o no con su público.

Y ahí, mis estimados amigos, es donde entra ColdPlay. O mejor dicho, el ColdPlay que vi el sábado en el Foro Sol.

En 2003 pude verlos en su primera visita a México en el Palacio, cuando sólo tenían dos álbums. Les abrió Jumbo. Abrieron con Politiks y alternaron rolas del Parachutes y del Rush of Blood indistintamente. Estaba en la pista, y recuerdo que fue un concierto chingonsísimo, con Chris Martin sin más trapo que una t-shirt blanca, misma que quedó cubierta cuando se puso una playera verde del Tri que le aventaron desde abajo.

Chris Martin no es precisamente un gran cantante, jamás lo ha sido. Pero el encanto de ColdPlay estaba en que Chris Martin sustituía la mediocridad de su voz con un feeling musical tremendo. Los otros 3 eran buenos comparsas en un grupo con canciones sencillas pero llegadoras, con arreglos excelentes y montajes austeros, pero elementales.

Todo eso desapareció el domingo. De entrada, Chris Martin estaba completamente agotado desde la primera canción, Violet Hill, sin aire, pero peor aún, sin el menor reparo en hacer algo al respecto. Si no puedes cantar porque la altura te pega o la chingada, entonces dejas de correr como tarado por todo el escenario para poder entonar las notas básicas, ¿no? Digo, es un concierto de ColdPlay, no el Lago de los Cisnes. Porque una cosa es dejar que el público coree ciertas partes de la canción, y otra muy distinta es olvidarte por completo de la estrofa y enunciar (ya ni siquiera entonar) partes de Yellow y Clocks a cuentagotas.

Todas las bandas tienen una segunda voz bien entonada que los soporte por si acaso. De Bono es The Edge, de Kapranos es Nick McCarthy, de LaBrie es Petrucci, etc. En el caso de ColdPlay, es Will Champion, el baterista. Pues no fue una, ni dos, ni tres, sino un pinche chingo de veces en que Champion quedó como voz principal, mientras Chris Martin se quedaba pajareando, o saludando, o tirado en el piso delirando con las estrellas. Yo no sé si traía un pasón, o qué, pero su distracción iba más allá de una emoción (“emoción”) por estar en México.

Sin duda hubo buenos momentos, como la versión electrónica-rara de God put a smile, mezcladita con Talk, que además resultan ser dos de mis favoritas de ColdPlay, o también con The Hardest Part o The Scientist. Pero esos momentos pudieron haber sido muchos, muchos más. Lástima que se quedaron cortos, y mucho tuvo que ver también el sonido, al que le faltó mucha pero mucha potencia.

Y de ritmo ni hablamos. En todo concierto hay momentos de transición que deben ser llenados por ciertos distractores que no dejen caer la intensidad del momento. Después de que estos monos cantaron Shiver (buena intención, pero poco volumen), los dos escenarios se quedaron vacíos por tanto tiempo, que mucha gente se empezó a salir pensando que había acabado el concierto, antes que reanudaran con Politiks. Cha-físima.

El resto de mis conocidos que fueron al concierto salieron satisfechos del Foro Sol. Yo se lo atribuyo a que el showcito está ideado para que te vayas con el “Ooo-ooh ooo-aaah ooo-oooh ooh” de Viva la Vida en la cabezota, lo cual es un momento que crea el público y no la banda. En México nos encanta sentirnos parte, y está chido. Pero eso no hace el del sábado un buen concierto. Vaya, ni siquiera los fuegos artificiales fueron para recordarse. En el grito de Independencia de Cuajimalpa vi unos cuetes más chingones, carajo.

Yo había defendido a ColdPlay a pesar de todo, porque en general el último disco no es malo. Viva la Vida es pegajosa y casi todas están cotorronas. Pero después de ver el teatrito fallido, me quedó un pésimo sabor de boca. En el 2003, salí extasiado y prometí verlos cada vez que vinieran. Pero como ellos mismos dicen…

But that was when they ruled the world.

Wednesday, March 03, 2010

El Arquitecto

Cuando tienes 10 años, sólo necesitas que alguien te haga reír. Cuando tienes 14, necesitas que alguien te diga que no siempre vas a ser la criatura más horrenda del universo. Cuando tienes 18, necesitas que alguien le dé sentido a tu vida. Y cuando tienes 21, necesitas alguien que te la resuelva con unas palabras.

Los requerimientos siguen con el paso de los años, y lo ideal es que sea la misma persona que apague todos los fuegos. Así ha sido en mi caso, gracias a un personaje cuya grandeza radica en la nunca aceptación de la misma, lo cual la multiplica a la n potencia: mi tío, el Arquitecto.

Dicho personaje creció en la misma casa donde yo crecí. Hermano de mi madre, hijo de mis abuelos, "El Gordo" padeció las mismas monsergas que a mí me tocaron. Es decir, a él también lo alimentó mi abuela con la inentendible manía de hacer bebés de engorda en cuanto tenía un chamaco en brazos. Vivió bajo el régimen de Afif, más jovial y energético, pero también más agresivo y enérgico. De extracción lasallista, pasó por la misma prepa que yo, aunque él salió con el título de "malandro honorario", mientras que yo me las di de mosca muerta.

A Héctor le agradezco haberme enseñado los principios básicos de la vida, siempre de una manera ilustrativa, como con ese pasaje del pintor José Luis Cuevas, quien decía: "La clave de todo está en que todo el mundo crea que estás completamente loco".

El Arquitecto me inculcó siempre hacer lo que quisiera de mi chingada vida, una idea tan sencilla como subestimada. Me obligó a privilegiar el hacer sobre el no-hacer, a atreverme en vez de intimidarme, y disfrutar en lugar de sufrir. Un manualito bien sencillo que pocos tenemos la fortuna de conocer a tiempo, cuando somos discos vírgenes, receptivos a cualquier mamarrachada que se cruza en nuestro camino.

Al Arquitecto también le debo la saludable costumbre de la reflexión y la meditación. Él me prestó ese libro de "Percepción Extrasensorial" que tanto me ha ayudado (neto que sí sirve putos, ingenuo aquel que se burle). Me fomentó los deportes de raqueta, con ese "hay que ir a todas" que sirve igual en la cancha que en la vida. Gracias a él intenté ser vegetariano: él duró 8 años, yo 3 meses.

El legado de una persona se mide por las huellas que dejó en la Tierra. "Por sus frutos los conocereis", ha insistido el Arquitecto, a quien considero mi gurú, mi máster, mi guía que hoy cumple 50 años. Me considero una persona feliz, y esa felicidad hubiera sido imposible sin él. Porque a los 10 me hacía reír, a los 14 me subía la autoestima, a los 18 le dio sentido a mi vida y a los 21 me la resolvió con unas palabras. Y a los 22, y a los 23, y a los 24...

Y lo seguirá haciendo.